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Permitirse quebrarse
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Permitirse quebrarse

🪄 julio: aprender a apreciar las grietas
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Hola, humana, y bienvenida a la séptima edición de Humans in the making, 2024. Hoy quiero que nos paremos a pensar en eso que las situaciones que nos pasan por encima, las que aparecen sin previo aviso y las que vemos pero decidimos ignorar.

Quiero que hablemos sobre los quiebres.

En el episodio imperfecto, me escuchas hablar con Fátima Liébana, activista de una vida rodeada de libros, fanática de las historias y una humana que se habilitó a mirar de frente la grieta que la trajo hasta acá. Ahora también podés escucharlos en la plataforma del loguito verde.

¿Qué sacás en limpio de toda la carne que conecte al próximo hueso?

Permitir quebrarse

Hace casi 10 años me fui de viaje a un crucero con mi papá y compartíamos la mesa de la cena con una familia de Zárate. Eran dos mujeres, hermanas, entre los 40 y 50 años y una nieta. Noche va, noche viene, un día, una de ellas cuenta que es traductora literaria y siguió la conversación, sin darse cuenta de que me acababa de abrir un mundo. ¿Cómo yo, lectora empedernida desde los 11 años, nunca había pensado en que había alguien que pasaba de un idioma a otro todos esos libros que me devoraba en mi habitación? Corría mi primer año de universidad, el segundo cuatrimestre de una carrera interesante pero aburrida en su máxima expresión para mi persona de 18 años que conocía apenas algunas alternativas de vidas posibles. Tengo claro el momento en el que algo dentro de mí se quebró, ese momento en el que descubrí que, si otras personas trabajaban de traducir libros, de reescribir las palabras de otros, yo también podía hacerlo. Volví del viaje y me quedé con esa idea en la mente, y, al tiempo, decidí que, cuando terminara la carrera que estaba estudiando, haría el traductorado, porque era muy buena en inglés y me encantaba la literatura. Recuerdo ese día casi con absoluta claridad porque algo dentro de mí se rompió, y es que, a veces, no hace falta romperlo todo para que algo se desmorone. Hay quiebres que son a cuentagotas: una parte de nosotros se rompe, y aunque somos capaces de identificar que algo cambió, no lo reconocemos hasta tiempo después. El crucero fue en agosto. Una mañana de octubre, una mañana de domingo, para ser exactas, me desperté y lo supe: ya no volvería a cursar Recursos Humanos. Ya no volvería a dedicar tiempo a una carrera que, lejos de interesarme, me parecía aburrida y tibia. Supe que mi visión sobre la vida había resquebrajado.  Ahora también sé que eso fue un quiebre premonitorio: algo se rompe pero no hasta tiempo después muestra sus primeras consecuencias.

Pinterest.

Algunas veces un quiebre empieza con una grieta. Si busco en mis recuerdos, pienso en ese 16 de enero en el que, caminando por la playa, entendí que era tiempo de dejar de vivir en constante movimiento. Pienso en esa grieta que, cuando dejé de hacer presión para que no se hiciera más profunda, terminó en lo que hoy es mi vida, menos de 6 meses después, con un contrato de alquiler a mi nombre, plantas que tengo que regar a diario, una rutina que solo promete horas de estudio y mates en una casa que puedo llamar mía, de la que sé sus mañas para que el agua salga a la temperatura que me gusta y cómo cerrar la puerta para que no se abra con el viento. Son esos quiebres que aceptamos, que dejamos entrar, los que hacen que el cuerpo (y la mente, sobre todo), se acostumbren a la grieta, a tratar el sujeto con cuidado, porque puede romperse. No queremos retrasar los procesos pero tampoco apurarlos. Sabemos que tienen que suceder por nuestro bien, pero tampoco queremos ser nosotras quienes nos hagamos cargo de detonar la bomba. No es necesario, pensamos, y realmente no lo es. Los quiebres que empiezan con una grieta están destinados a ser. La grieta, eventualmente, atraviesa el cuerpo y llega al otro lado, quiebra la materia, la parte en dos, o en tres, o en un millón. Infinitos pedacitos, algunos que se pierden en el acto de romperse, se distorsionan, toman otra forma, interrumpen el curso preestablecido.

Otras grietas, en cambio, explotan en el mismo momento en que aparecen. Hay quiebres que son inesperados. Hay quiebres que acaban por rompernos. En Tailandia lloré en el mercado de Ratchada porque ya no tenía más excusas para evitar hacerme cargo de que quería trabajar con la escritura personal. Yo sabía internamente que algo tiraba para ese lado, había empezado a oír el crac, crac, el sonido pequeño, casi imperceptible que crea un material cuando se empieza a vencer, pero había decidido no escucharlo. No siempre podemos hacernos cargo de las grietas que aparecen. Ignorarlas es una opción, pero trae el riesgo de que el material nos explote en la cara y nos ganemos una herida más, de yapa, para curar. Estas son las veces en las que lo que no permitimos que nos quiebre, termina por rompernos. No es una cuestión intelectual, es natural. Hay quiebres que lo que dan es vida, por mucho que rompan a su paso: el volcán se quiebra para que salga la lava, el pollito rompe el huevo para nacer, rompemos bolsa para traer a un hijo al mundo. Nos sorprenden como la erupción, pero si hay algo que son es necesarios para seguir el curso de la vida. Para que las cosas sigan sucediendo, incluso cuando esa cosa con vida somos nosotras mismas.

Siempre me sentí atraída por las grietas, por lo que deja entrever qué hay más allá. Es un concepto que me gusta tanto que lo llevo en mi brazo derecho. Soy de las personas que se tatúan cosas que tienen un significado importante para ellas y que quieren recordarse, no olvidar. El kintsugi es una de esas. La técnica, de origen japonés, se usa para arreglar piezas de cerámica o porcelana quebradas. Pero no es solo una oda a la reparación (y no al descarte), sino que lo que propone es resaltar , precisamente, la grieta con polvo de oro o plata. Las heridas, las grietas, las cicatrices, al igual que en esos jarrones, nos identifican, nos dan unicidad. Nuestros quiebres son parte de nuestra identidad, son un sello que marca en quiénes nos convertimos. Esto no implica que nos aferremos al victimismo y las tengamos como bandera y hasta las usemos de excusas para muchas cosas, sino más bien para aceptarlas e integrarlas como parte de nosotras. ¿Somos todo lo lindo pero también lo no tan lindo que nos pasó? No. Somos lo que hacemos con todo eso. Pero, sea de una forma de otra, la grieta existió, la cicatriz quedó, el quiebre sucedió. Las heridas también son lo que muchas veces nos conecta con los otros, con el mundo. No necesariamente de forma directa, pero es lo que nos interpela. ¿Por qué, si no, empatizamos más con personas famosas cuando muestran sus miserias? Porque los sentimos humanos, los sentimos como nosotros. Yo me tatué una taza rota porque entendí que, en mis grietas, en mis heridas, está no lo mejor, sino lo más honesto de mí misma: es desde donde me entrego, abrazo, escucho, amo. Tal vez no somos nuestras heridas, pero sí somos mucho de lo que aprendimos con ellas. Y, después de todo, a mí me gustan las personas, los humanos, esta especie en las que estamos todos, de alguna forma u otra, un poco rotos.

Pinterest

Todo el mundo tiene restos de sueños y regiones de la vida devastadas, dice La Bien Querida en una canción. No sé ustedes, pero yo hace rato me cansé de pensar en términos de bueno o malo. Cuanto más crezco, más vivo, más amo, más creo que es imposible vivir sin quebrarse un poco. Y, a medida que pasan los años, quedan los recuerdos y me voy pelando como capas de cebolla, miro a mis heridas y a mis cicatrices como sucesos que no sé si me hicieron más fuerte, pero sí más sabia y más real. Porque vivir un poco rotos no solo nos vuelve únicos: nos hace humanos, y existir con más de un quiebre a cuestas, es señal de que hemos vivido. 

¿Preguntas sin respuesta? Compartí anónimamente esa duda sobre este tema, el que te esté persiguiendo o la vida y sus consecuencias para que lo conversemos en las próximas ediciones.

🪟Una ventana abierta

Agarrá tu cuaderno y agradecé todo eso que vino… gracias a un quiebre.


🔮Episodio humano e imperfecto con Fátima Liébana

Hoy charlamos con Fátima, a quien conocí porque se sumó a Qué más es posible, mi acompañamiento 1:1. No pude pensar en nadie más indicado para hablar de quiebres, derrumbes y procesos que ella. Escuchen el episodio, sabrán por qué.

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Permitite el quiebre, amiga. Eventualmente, llega la luz.


Vivamos estas semanas aprendiendo a dejar que las cosas se derrumben.

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Los ensayos mensuales y conservatorios abiertos de cada mes para profundizar sobre un tema, ejercitar el músculo de la reflexión y animarnos a pensar hacia afuera los temas que nos vuelven más humanas.