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🪄 FEBRERO 🪄 El dolor como portal
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🪄 FEBRERO 🪄 El dolor como portal

Una nueva edición para resignificar nuestras historias y habilitarnos a vivir en la vida y no en la mente.

¡Holaaaa! Con esta segunda edición de Humans del año viene un nuevo episodio imperfecto y humano, esta vez conversando sobre el dolor con una gran sabia y amiga, Meri.

Bienvenidas a esta segunda edición del año de Humans in The Making. Este febrero me encuentra viviendo en una casa prestada, una vez más, cuidando a un perro semisalchicha y disfrutando de una piscina grande que aliviana el calor de los 35º promedio de esta ciudad. Esta semana, precisamente, es el festejo del año nuevo chino, y ya nos encontramos las ferias de juegos y las mujeres vestidas con vestidos de seda rojos, induciendo la fortuna y la suerte para el año del dragón que se viene. Y, aunque afuera hay alegría y festejo, aquí hablaremos de la otra cara de la moneda, esa que, por regla general, nos cuesta más habitar, dejar ser, dejar estar, e incluso aceptar con cierta liviandad. En una de las sesiones de acompañamiento 1:1, hace unos días, la genia de A. dijo que le costaba entrar en contacto con las emociones difíciles. Esta es, entonces, una oportunidad para habilitarnos a esa primera toma de contacto a consciencia y, sobre todo, una forma de crear un espacio para habitarlas cuando lleguen de la forma más humana y fluida que podamos.

Nos vemos del otro lado.

Aprender a doler es habitar la humanidad-

Hola, humanas

Perdonen si empiezo a escribir errática esta edición. Irónicamente, o no, llevo días pensando en cómo encarar este tema que yo misma elegí, pero ya lo dijo Rosa Montero:

El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra.

No tengo ninguna certeza ni quiero tenerla sobre este tema, más sí siento necesario abrir un espacio para conversar sobre él. Nadie nos avisa que las cosas hermosas son las que más duelen, y parece una ironía, pero no lo es. Todas nosotras ya habremos vivido un amor que, cuando se terminó, pareció que con él se llevaba el mundo; la muerte de una mascota que fue nuestra compañera durante años, una identidad que habitamos durante una época y, de repente, tenemos que dejar ir. Por supuesto, hay dolores y dolores. Tal vez lo que diferencie a unos de otros es que, de algunos, podemos rescatar una posibilidad de reparación. De otros, solo queda la aceptación. De cualquier manera, el dolor siempre avisa una pérdida. A veces más grande, a veces más chica, significativa o literal, pero en el dolor siempre, siempre, algo se pierde. Y puede que por eso nos cueste tanto aceptarlo cuando llega.

Nos cuesta hablar del dolor incluso hablando de él. Damos vueltas, decimos sin decir, usamos otras palabras. Es extraño, porque es, en realidad, lo que todos conocemos, en mayor o menor medida. La alegría, por lo general, nos distrae, nos saca de nosotros. El dolor, en cambio, nos aquieta, nos hace estar. Y, cuando conseguimos estar, permanecer, por decisión o imposibilidad, es que la vida sucede. ¿Quién no sufrió y aprendió con su primer amor?, ¿quién no se arrepintió de una pelea con mamá y no supo pedir perdón?, ¿quién no falló a una amistad y habría dado todo por volver atrás? Es el dolor, son las heridas, los que nos hace vernos humanos en la caída: los padres empiezan a ser personas; los amigos pares que también se equivocan, las parejas un espejo de nuestras propias sombras.

Una vez, cuando era adolescente, me mandé una y mi mamá me descubrió. Hasta el día de hoy es la única persona que sabe aquella historia, y, siempre agradecí, internamente, que haya guardado ese secreto para nosotras. Porque era, al fin y al cabo, una muestra de nuestra intimidad. Recuerdo estar acostada en el piso llorando, abrazando una almohada. Ella quería ser dura, pero no pudo más que abrazarme. El dolor abre espacios para que se cuelen la luz. Sé, también, lo que es vivir con un dolor silencioso, de esos que no se ven pero que viene a recordarte, si tenés suerte, cada tanto y no todos los días, que estás rota, descocida, agrietada. Sé lo que es perder a una amiga por malas decisiones tuyas, sentir que con ella se va una parte de vos y que no podés ni siquiera respirar para seguir pidiendo perdón. Sé lo que es lastimar a alguien que querés y tener que hacer un esfuerzo en perdonarte para poder seguir viviendo con uno mismo, sabiendo nuestras falencias, conociendo nuestros errores, pagando el precio de la propia inutilidad.

Hreinn Friðfinnsson

La decisión más difícil es una de mis películas favoritas. La primera vez que la vi era muy chica y no entendía por qué me gustaba tanto esa historia real que me hacía llorar sin parar.  Con el tiempo, lo entendí: no podía despegarme de lo mucho que me impactaba el vínculo principal. La fuerza de esa madre, la necesidad de aferrarse a la vida posible incluso a costa del bienestar me hipnotizaba. No llegaba, y, probablemente no llegue ahora ni nunca, a dimensionar la pérdida. Y eso, para quienes nos sentimos cercanas a la muerte, es horriblemente magnético.

Tal vez la realidad más cruel y, a la vez, honesta, es que podemos ser tan egoístas que aceptamos y deseamos que aquello que amamos (incluso si “eso” somos nosotros mismos) siga sufriendo solo por retenerlo. No hace falta pensar en situaciones de dolor, como dice Rosa, indecibles, para graficarlo. Pensemos, por ejemplo, en cuando nos quedamos en trabajos que nos hacen profundamente infelices, sostenemos roles en vínculos que nos vuelven pequeñas e invisibles, nos aferramos a deseos que nos representaron algún día y hoy son nuestra cárcel. Puede que haya cierta hipocresía en hablar de dolores tan desiguales a la vez, pero lo cierto es que el mecanismo y los recursos son siempre los mismos: cómo nos enfrentamos a un duelo puede decir mucho de las herramientas emocionales que tenemos para gestionar otro.

La distinción es clara: hay dolores que vienen de lo propio, otros vienen de afuera. Algunos surgen de la propia responsabilidad y no tienen que ver con nadie más que con nosotros mismos. Esos son, por lo general, los que nos convierten en evitativos profesionales, porque son los que, en ciertos casos, podemos retrasar o incluso evadir durante años. Los otros, los que caen como un baldazo de agua, nos acorralan más, porque juegan con la imposición. Lo que es, es, y nada podemos hacer para evitarlo.

No hay forma de escaparnos. Eventualmente, por mucho que corramos, el dolor nos va a alcanzar. Vaciar la casa de un papá que ya no está, llenar cajas de cartón con lo que queda de una pareja que fue, ver la habitación de un hijo vacía. Hay dolores y dolores, decía, pero creo que, en cualquier caso, lo más difícil de aceptar es el del después.  Incluso en las situaciones en las que reconocemos que el cambio es para mejor nos cuesta pensar en acostumbrarnos a la ausencia, a la pérdida, a la vida sin eso: sin esa persona, sin ese trabajo que nos resguardaba, sin esa casa que tanto hogar nos hizo sentir, sin esa característica de nuestra personalidad que nos hacía sentir seguros, a salvo. La vida será diferente, y, con todo el dolor y el amor del mundo, habrá que aceptarlo.

El dolor, así como las decisiones y el paso del tiempo, es parte del contrato que firmamos in situ cuando llegamos a este mundo arbitrariamente. No se puede crecer y cambiar sin sentir dolor. Después de todo, es en las heridas donde aparece un huequito para plantar una nueva semilla.

Hay una verdad inevitable, y es que el dolor nos acerca a la posibilidad de continuación. Nos despierta, nos caga a cachetazos, nos tira de la cama. Una de las acepciones de la palabra avivar es hacer que algo arda, y en la vida pueden arder muchas cosas y por muchas razones. A veces ardemos de amor, otras de dolor, y, en ocasiones, incluso ardemos por los dos a la vez. La muerte es otro, sino el más significativo, proceso de cambio, de transformación. Por mucho que nos pese, esta no es una premisa de los positivistas tóxicos. Es universal. Las cosas, los sujetos, las plantas, las personas, mueren para pasar a ser otra cosa. ¿Qué es, sino, más representativo de la transformación que la trascendencia? Ardemos por dentro cuando algo nos duele porque no podemos evitar el hecho de que hay que dejarse morir con aquello ya ausentado. Tal vez por eso es que nos asusta tanto el cambio, el proceso, la resignificación de los lugares e historias que habitamos.

Tal vez, lo único que nos acerque un poco mejor a la idea de la muerte, que es, al final, una idea de la vida, sea aprender a honrar lo inacabado.

¿Preguntas sin respuesta? Compartí anónimamente esa duda sobre este tema, el que te esté persiguiendo o la vida y sus consecuencias para que lo conversemos en las próximas ediciones.

🪟Una ventana abierta

En un proyecto del que pronto tendrán más novedades entendí que, para mí, el hogar no es tanto el sitio en el que vivir sino el que uno eligiría para morir. Dario Z dijo, en uno de sus libros, que las personas tenemos hijos para ser inmortales. Claro que igual morimos.

Yo no quiero pedirte que hagas una lista de cosas que hacer antes de morir ni nada de eso, que a la mayoría nos causa ansiedad y desesperación. Te quiero invitar, en cambio, a aprecies todo lo que viste, amaste, experimentaste y ya no está, desde la última caricia de tu abuelo hasta el primer tomate de la huerta. Sí, dije apreciar, porque cuando aprendemos a apreciar la muerte, resignificamos, automáticamente, nuestro sentido de la vida.


En Qué más es posible, el espacio 1:1 para resignificar nuestras creencias con la escritura terapéutica, podemos trabajar juntas en desatar los nudos que te generan ruido mental y quedarte estancada en donde estás, sea que lo que sea que eso signifique para vos. Date permiso de habilitarte a vivir una vida llena de vida.


🔮Episodio humano e imperfecto: Meri Anufer

En esta edición de charlas humanas e imperfectas, traigo a una mujer que puede ser amiga de todas nosotras, con sus gustos, sus sombras y sus peculiaridades. Meri, que es una gran profesional, una persona de lo más interesante, y, además, mi amiga, es un libro abierto sobre lo linda que puede ser la vida cuando nos amigamos con la idea de lo efímero y del paso del tiempo, aceptando y dejando que lo que duele, duela. Espero que disfruten el episodio tanto como yo.

¿Te gustó este contenido? Ayudame a llegar a más humanas como nosotras y compartilo en tus historias o envíaselo a tu persona favorita🪄.

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Actitud para aceptar lo efímero, amigas


Vivamos este mes con la alegría de saber que estamos vivas, a pesar de todo.

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Los ensayos mensuales y conservatorios abiertos de cada mes para profundizar sobre un tema, ejercitar el músculo de la reflexión y animarnos a pensar hacia afuera los temas que nos vuelven más humanas.
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