humans in the making
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🪄 ENERO 🪄 Sacar el polvo
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🪄 ENERO 🪄 Sacar el polvo

Una nueva edición para resignificar nuestras historias y animarnos a actualizar nuestros deseos y creencias.

Novedades: te recomiendo leer primero el texto y, después, escuchar lo que viste más arriba, que es la novedad del año en Humans: cada edición mensual vendrá acompañada de una conversación con alguien que admiro sobre la temática que conversamos a través de mis palabras. Este mes: Michelle Ronay

Quiero que no dejes ni un poco de polvo, y para probarlo pasaré mi dedo gordo detector de deseos y creencias viejos & anticuados.


Bienvenidas a la primera edición del año de Humans in The Making. Este año la propuesta se expande, porque quiero incluir cada vez más historias y voces de personas tan humanas como nosotras, que se habilitaron a vivir una vida llena de disfrute. (just a) human, el espacio exclusivo para suscriptores pagos sigue vigente (y al final de esta edición encontrarás la posibilidad de ingresar gratis), al igual que Qué más es posible, el espacio 1:1 para resignificar nuestras creencias con la escritura terapéutica.

Este mes me encuentra de nuevo en el sudeste asiático, refugiándome en cafecitos tranquilos (cuando los encuentro) a leer y descansar la mente de la cantidad de estímulos que hay acá. En Vietnam lo que más me estresa, hasta ahora, es la moto. No se respetan la señalización, usan los carriles para el lado que quieren, una para un lado, la de al lado para el otro y otra cruza la calle por la mitad. Se tocan bocinazos para avisar qué es lo que van a hacer, y tenés que adivinar si justo ese último es para vos. Sacan la mano para mostrar hacia dónde doblar porque nadie, además de mirar las señales, miran las luces. Aún así, me gusta la sensación de estar en peligro y, a la vez, sentirme segura.

En enero nos traigo conversar sobre los fueguitos que nos encienden los días por venir y las cadenas que, si no renovamos con constancia, pueden oxidarse y pesar más de lo indicado.

Hace muchos años, ya no recuerdo cómo ni dónde, llegó a mí la historia del elefante encadenado. Un nene va al circo y ve que el elefante que tantó le gustó en la actuación vive atado a una estaca chiquita, de madera, con una cadena gruesa enganchada a una de sus patas. El chico pregunta y se pregunta por qué el elefante se queda si en su cuerpo tiene la fuerza suficiente para arrancar la estaca y liberarse. Seguramente lo intentó más de una vez cuando era recién un bebé, y, como vivió toda la vida así, se quedó con la creencia de que no podía liberarse, le contesta algún adulto. Confieso que mi memoria había modificado el cuento, aunque puede que haya mezclado más de uno. En mis recuerdos, el elefante ya no vivía encadenado físicamente, pero sí mentalmente. Él seguía creyendo que esa tal cadena le impedía irse, moverse, escapar. El punto al que llego, sin embargo, con mi historia inventada y la que tiene de autor a Jorge Bucay, no es el mismo pero se conectan: la estaca más difícil de arrancar es la que encallamos nosotros mismos.

Autora: /iosunedegoni

Experimentamos la vida y las realidades desde lo que creeamos. No, esto no es un error tipográfico, ni tampoco una lección sobre manifestación. Cree que tienes un millón de dólares en el banco y se crearán. Al menos, a mí, no me ha funcionado. Es cierto que el mundo parece dividirse cada vez entre personas que ven para creer y entre quienes creen para ver. Algo así es el punto el que quiero llegar. Yo soy muchísimo más partícipe naturalmente del segundo grupo. Yo siempre voy a querer y confiar primero hasta que me demuestren lo contrario, afirmaba durante mis años más adolescentes. No me equivocaba, aunque, en ese entonces, no sabía que no hay forma de equivocarse a la hora de elegir cómo se quiere ser. Decía, entonces, que la vida y la <realidad> es una colección completamente inverosímil y subjetiva de lo que interpretamos del mundo, que lo que creemos, creamos; que lo que creamos, creemos. ¿Viste esa prueba del elefante rosa? Basta que alguien te diga que no pienses en eso para empezar a ver imágenes en tu cabeza, aunque, técnicamente, en la realidad, no existe. Lo mismo con los bebés o un auto amarillo. Basta que un día uno te llame la atención para empezar a verlos en todas las esquinas.

De la misma manera que el elefante rosa, reafirmamos una y otra vez las creencias que instalamos en algún momento de nuestra niñez o adolescencia con lo que yo llamo microdecisiones o acciones. El elefante no existe, pero fabricas las imágenes en tu cabeza para volverlo real. Las creencias no existen más que en tu mente, y ves el mundo y la realidad que te rodea en la medida en la que se ajuste a eso que crees. Porque no solo no somos capaces de ver algo diferente a lo que conocemos y pensamos que somos, inexorablemente, sino que también podemos alterar la realidad a la medida de nuestras ideas.

Las creencias que portamos (limitantes, expansivas, constitutivas o de valores) se instalaron un día, sin previo aviso, e hicieron propio un caminito de nuestra red de neuronas.  Durante los próximos 5, 10, 15, 20 años, la seguiste alimentando con una toma de corriente directa desde tus pensamientos, juicios, acciones, decisiones e interpretaciones que, sin darte cuenta, tampoco, empezaste a creer que eso es parte de lo que eres y de tu personalidad. Hubo un día en tu infancia en el que sentiste vergüenza e interpretaste que exponerte era hacer el ridículo. Y, cada vez que dijiste que no, cada vez que te pusiste última en la fila, que pediste no participar en la muestra de danza, que te negaste a bailar en un cumpleaños, fuiste cavando un poquito más con un clavo chiquito pero filoso la idea de que mostrarte es una apuesta segura a ser ridiculizada. Nuestro cerebro naturalmente tiende a reafirmar lo que ya tiene y no a buscar alternativas, así que nuestra mente no tuvo que hacer tanto esfuerzo por seguir haciendo lo que naturalmente nos sale: reforzar.

Lo que pasa con las creencias es que son micropartículas que se cuelan en todo lo que pensamos, hacemos, decimos y decidimos. Necesitamos de una mirada atenta y, sobre todo, humilde, para poder identificar los resquicios de una creencia dinamita. Más de una vez te habrá pasado en algún momento que tuviste un malentendido con alguien y dijiste (o te dijeron) “no es lo que quise decir”. En realidad, sí es lo que se quiso decir, pero tal vez no somos conscientes de la creencia con la que cargamos y depositamos en esa frase. Tal vez lo que pueda entenderse como malo no sea la frase, después de todo, sino la creencia que la sostiene. De ahí que el lenguaje tenga tanta importancia. Hablar(nos) es gratis, pero tiene un costo. Por eso somos tan diferentes entre personas que hablamos diferentes idiomas: las palabras que usamos refuerzan y construyen las creencias que sostenemos.

La imposibilidad de reparar y rehabilitar un edificio viejo y enorme se antojaba tristemente coherente con aquel momento de desintegración y ruptura. El proceso de restauración, de recuperar y reparar algo que había existido previamente, en este caso un edificio art-decó que estaba desmoronándose, era la metáfora equivocada para ese momento de mi vida. No deseaba restaurar el pasado. Lo que necesitaba era una composición totalmente nueva.

El coste de vivir, Deborah Levy

Autora: /Iosunedegoni


Ir a contracorriente siempre requiere de valentía. Y, a primer pensamiento, podríamos testificar que hacerlo frente a un grupo de personas necesita de una dosis mucho más grande de coraje que hacerlo en solitario, pero, en realidad, se trata de dos ingredientes diferentes. Para cambiar frente a los demás necesitamos valentía, para hacerlo de forma genuina con nosotros, necesitamos honestidad y humildad radical. Aceptar y empezar un proceso para cambiar aquellas cosas que damos por ciertas (sobre nosotras y sobre el mundo) es, tal vez, la batalla más importante que podamos asumir, porque implica no solo modificar patrones de pensamiento que se han vuelto automáticos para nuestra mente, sino también admitirnos que, durante mucho tiempo, estuvimos siendo desde lugares oscuros y que nos parecen tan horribles que hasta nos provocan la vergüenza suficiente como para no compartirlo con nadie. Y, en el peor de los casos, cuando la valentía no se hace presente y la imposibilidad toma su juego, elegimos volver a la ceguera porque cambiar implicaría aceptar que vivimos desde un lugar que nos genera tanto rechazo como sea posible. Es acá cuando muchas veces entra también la bendita culpa y la pena. ¿Qué más feo que sentir pena de nosotras mismas?

En caso de emergencia, siempre es importante recordar: hicimos lo que pudimos con lo mejor que teníamos.

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Elegir en un camino u otro, reaccionar o accionar frente a una situación, decir que sí o negarnos a todo lo que nos propone la vida, ser más rígidos que un bloque de cemento seco o  animarnos a fluir con lo que se nos propone son todos resultados de nuestro sistema de creencias. Y, más en el fondo, de valores.

Socialmente somos por lo que hacemos, decimos y expresamos. Y, aunque todos, en teoría, sabemos que no hay nada estático, que todo se mueve y que las personas evolucionamos, crecemos, cambiamos a lo largo de la vida, en la práctica el cambio se parece más a una amenaza de muerte. La presión social es la dinamita más casera y antigua que conocemos. A veces no es literal, pero no hace falta ser demasiado inteligente para reconocerlo: las caras de algún familiar, las preguntas de tus compañeros de trabajo, incluso los comentarios al pasar de tus amigas bastan para despertar en nosotras una alerta: se están dando cuenta de que algo está cambiando y ya me están juzgando. El problema, acá, es que solemos estar tan enfrascados en el yoísmo y no nos damos cuenta en el momento de que aquellos juicios que hacen de nosotros hablan mucho más de ellos que, efectivamente, de nosotros.

Lo que Juan dice de Pedro habla más de Juan que de Pedro, dicen quienes saben.

Lo más duro de dar el paso de valentía de querer revisar activamente y resignificar tus creencias es descubrir, de repente y sin previo aviso, que tu forma de vivir en el presente (buena, mucha, mala o poca, según vos) era una bolsa de ropa para donar con agujeros y toda rota: una miseria. Descubrimos, no sin una presión el pecho conocida como angustia, que estuvimos viviendo desde el pasado mucho más de lo que creíamos, porque nuestras creencias, por ende, nuestra mente, de algún modo, nunca salieron de allí. Estábamos encerradas en una jaula y no lo sabíamos. Todavía cargas con la vergüenza de ese día, con la idea de que no servías para ser líder, con la afirmación de que tendrías que vivir buscando la aprobación de papá.

No somos algas, y vagar por el mar sin lugar a donde ir o rama a la que aferrarse no parece ser de gusto para nuestra especie. Cometemos el error de creer que basta con pensar qué creencia queremos desterrar pero no tenemos ni idea de con qué queremos reemplazarla. Sin embargo, no tener nada a lo que aferrarnos es contranatura: necesitamos llenar el vacío que potencialmente dejará una creencia con la que querramos instalar. Querer cambiar tus creencias es querer cambiar, en gran parte, de personalidad. Son, junto con los valores, lo que guían nuestros actos y decisiones. Y es, sin duda alguna, un acto de fe que debemos hacer si queremos cambiar una vida méh por una vida feliz.

Cambiar tu sistema de creencias es como cultivar un jardín. Antes de poder plantar nuevas semillas, vas a necesitar hacer una limpieza, quitar la maleza, sacar lo que no querés cultivar. Dicen que esta etapa es el trabajo más duro. Recién después de eso vas a poder empezar a pensar en qué querés cultivar y cosechar en este momento, o, lo que es igual: cuáles son los deseos de la persona que sos y querés ser. Esta es la clave para que no te decepciones cuando veas un jardín que no tiene nada de lo que esperabas: por cada raíz que arranques, tenés que elegir a consciencia qué vas a querer ubicar en su lugar. Porque si no lo elegís vos, la tierra se va a llenar de yuyos y plantitas que no tienen nada que ver con lo que querías. Y si no prestas atención, puede que cargues con ellas y termines regándolas por años. Como dijimos: sobreviviendo en el presente, alimentando el pasado.

Chimamanda Ngozi dice que cuando rechazamos la única historia, cuando nos damos cuenta de que nunca hay una sola historia, recuperamos una suerte de paraíso.

Un jardín bien cuidado y cultivado puede ser lo más similar a ese paraíso que imagino.

¿Preguntas sin respuesta? Compartí anónimamente esa duda sobre este tema, el que te esté persiguiendo o la vida y sus consecuencias para que lo conversemos en las próximas ediciones.

🪟Una ventana abierta

Lo que dice Juan de Pedro dice más de Juan que de Pedro, escribí más arriba, y por eso quiero invitarte a pensar en una persona que te genere mucha envidia. Hacé una lista con todo eso que sentís que tiene y vos no. ¿Listo? Ahora vamos un poco más allá. Al ladito de cada punto, anota la creencia que crees o sentís que está detrás. Ejemplo: me molesta que Pepita haga tanto dinero en redes sociales. Posibles creencias: el dinero es malo, yo no soy capaz de generar tanto dinero, el dinero solo alcanza para unos pocos.


🔮La novedad de este año: charlas con personas tan humanas como vos (y como yo)

Cada edición de humans va a traer un conversatorio (un podcast antiperfecto, digamos), en el que hablo con alguien que admiro acerca de su experiencia personal con el tema de la edición. Este es el único espacio en el que estarán disponibles, así que, si querés compartir la experiencia con amigas, pediles que se suscriban.

La primera y gran invitada es

, una persona que admiro por su valentía para desafiar todas las creencias e historias que han sido necesarias para construir una vida llena de sentido (para nadie más que ella!). Antes de darle al play, les recomiendo abrir las notas del celular, porque hay MUCHO valor en sus palabras.

¿Te gustó este contenido? Ayudame a llegar a más humanas como nosotras y compartilo en tus historias o envíaselo a tu persona favorita🪄.

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Actitud para desafiar todo eso que nos incomoda


Vivamos este mes haciéndonos cargo de que podemos crear nuestra propia perspectiva para contarnos una historia.

Habilitarse a vivir una vida llena de vida solo es posible si te animas a cuestionar las creencias que sostienes hace más años que los que puedes recordar. En este enlace está toda la info. Cualquier duda, ya sabes dónde me encuentras.


👀Regalo por haber llegado hasta el final

Si te gusta lo que escribo y te gustaría sumarte a la sección paga, (just a) human, pero, por razones económicas no podés permitírtelo, llena este formulario contándote por qué querrías sumarte. Voy a elegir a 3 personas al azar para que accedan a una suscripción gratuita de 3 meses. Tu forma de pago puede venir en fragmentos compartidos en Notes de Substack o stories de Instagram.

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Los ensayos mensuales y conservatorios abiertos de cada mes para profundizar sobre un tema, ejercitar el músculo de la reflexión y animarnos a pensar hacia afuera los temas que nos vuelven más humanas.
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