Hola, humana. Bienvenida a la ¡¡última!! edición de Humans in the making, 2024. Esta edición es, como suele pasar en esta, un poco más personal y emocional.
PD: abajo de todo, una invitación para el verano.
Durante años me persiguieron las cucarachas. Mi casa de la infancia tenía bastantes, porque tenía un patio grande y una casa abandonada al lado, y, como toda casa chorizo de los 2000, con el toldo abierto, las paredes un poco cascadas y una escalera al cielo, tenía sus huecos carentes de cemento, madera o silicona por el que se colaban esos bichos del mal. El divorcio de mis papás me llevó a un departamento en un tercer piso siempre limpio y en el que me encontré, en 10 años, con un solo ejemplar de patas largas. Recién este año me enteré de que debían de fumigar todos los meses para que eso no pasara. Cosas de la inocencia, de ser completamente ignorante sobre los mecanismos que usan los adultos para esconder lo repugnante bajo los escombros. Mi reencuentro con ellas no fue para nada grato, y se encargó de perpetuarse por bastante tiempo. El edificio en donde estaba mi primera casa en Madrid estaba infestado. Con el tiempo, uno aprende y entiende que era obvio: un monoambiente refaccionado de fachada, en un bajo, en Lavapiés. No había forma de que ese sucucho sin ventanas a la calle no estuviese minado de bichos buscando a quién molestar, y ahí estábamos nosotras. Ellas, dentro del microondas, en la almohada, en el suelo, entre la ropa, sobre la mesada, en el cajón del baño, tras la puerta. Nosotras, desesperadas, pidiéndole al dueño que fumigara, pero ni caso. No había producto que las matara. Tocó convivir durante la pandemia. Esa fue la peor experiencia en España y en mi vida con estos bichos, pero no la última. La próxima casa que me tocó habitar también tenía invitados ocultos, y ya, después, sus visitas no pasaron a mayores.
No sé cuáles son las razones exactas por las que una casa puede estar minada de cucarachas, pero me las imagino. Pensando en ese preciso periodo de mi vida en el que acababa de mudarme de país y continente y estaba empezando a despertar un montón de sensaciones, ideas, heridas y mochilas que cargaba hace años en silencio, entiendo que si el problema era edilicio o urbanístico da exactamente igual. Elijo quedarme con la explicación supersticiosa o energética: las cucarachas son un símbolo de resistencia, malas energías y renovación. Efectivamente, todo esto estaba pasando en ese momento, aunque no lo sabría hasta tiempo después. Estaba rodeada de energías bastante negativas y 0 compatibles conmigo, una jefa nefasta y desequilibrada que revoleaba productos de pelo cuando nadie la veía y una mente en modo supervivencia adaptándose a un nuevo país en medio de una distopía. Resistía, evidentemente, ante un mundo que se me había presentado como lleno de posibilidades pero en el que me costaba disfrutarlo por no llegar a fin de mes; resistía ante estos bichos del horror, resistía ante mis propios demonios que empezaban a despertarse y me avisaban, se encendían como una alarma roja cada vez que estaba cerca de algo que pudiese hacerme un poco más auténtica, me impedían correrme de lugares en los que solo se minaba mi autoestima y yo, en medio, aguantaba, creyendo que, cuanto más aguantase, más fuerte sería, porque en ese entonces no sabía que cuánto más rígido te vuelves, más propenso eres a quebrarte.
Se venía, sin embargo, esta renovación de la que me hablaban estos bichos infestos del mal. Se venían los vínculos, las experiencias, las oportunidades, los sacudones, los viajes más transformadores de mi vida, que me dejarían depositada, si cerrara los ojos, sentada frente a esta pantalla, en este escritorio en Buenos Aires, creando el rastro de cuándo fue que empezó esta aventura de habi(li)tarme. Por esos años fue, para sorpresa de nadie, que fui a un retiro de yoga y escritura y me encontré, o me encontró, la palabra que ahora llevo tatuada y está grabada en la bandera que tengo izada en mi vida personal y profesional de forma imperiosa, no porque quiera, sino porque me siento obligada, destinada, convocada. Ese llamado en forma de bichos y chancletas que quedaron como cicatrices en las paredes blancas recién pintadas fueron el inicio de la maestría a habitarme y, posteriormente, a habilitarme a estar en esta vida como merecía, como quería, como quiero.
En 2019 me tatué. En 2024 descubrí (o entendí, mejor dicho) que ese era mi tema. No quiero decir propósito, igual es ponerle mucho peso. Es lo que me convoca. A nivel personal, quiero habitarme tanto pueda, tanto que no necesite hacer esfuerzos por callar mi mente, tanto que termina un día y sienta que me conozco un poco más. Quiero habitarme tanto como para decir que no cuando no tengo ganas, para mostrar mi enojo sin miedo a que dejen de quererme, tanto como para no arrepentirme de las decisiones que tomo y preguntar cómo llegué hasta algún lugar. Y cuando me habito, cuando dejo de escaparme de las preguntas que me hago, de los temas que se me repiten, de las cosas que me parecen difíciles, puedo habilitarme. El año pasado dije que fue una maestría del derrumbe, a este lo llamaría el año de la práctica. Fue la maestría de mi propio trabajo.
Con la lista que viene a continuación, empiezo la invitación de este mes: dedicate un rato y pensá, sentí, escribí, todo lo que te habitaste y te habilitaste este año… Y así, tal vez, descubras que estás un poco más cerca de la soberanía personal.
Este año, practiqué habitarme:
Para reconocer las señales que me da dando el cuerpo: solo esta semana rompí 2 vasos y 1 copa, pero, si hago memoria, rompí cosas de vidrio desde que empezó el año. El cuerpo, sus movimientos y sus sensaciones hablan todo el tiempo, y si yo no soy la primera en escucharlo, no sé cómo voy a hacer para tomar decisiones que me traigan más alegría que sensación de asfixia y nudos en la garganta. Parece que en el año se rompieron más cosas que mis propias estructuras.
Para escuchar la intuición: reconocer que sabemos mucho más de lo que creemos que sabemos y, efectivamente, hacernos caso, es uno de los desafíos más grandes de autoestima y confianza, porque no hay forma de justificar, ante el mundo, por qué elegimos lo que elegimos.
Para habitar el presente: literalmente, el presente en un regalo que se nos pasa por alto como si fuese ese que te regala un familiar que no te conoce. Escribiendo, en la reposera, en mi balcón, con mi jardín con 5 incipientes plantas que luchan por sobrevivir a mis cuidados, estudiando o tomando un vino con amigos. Si hay algo que quiero seguir practicando en 2025 es habitar el presente todo lo que se pueda, y habitarme, habitarme siempre a mí, con lo que soy, quiero, y puedo ahora.
Para escuchar el deseo: qué querés, qué es lo que querés, qué querés probar, qué querés elegir ahora, qué querés, fueron el varieté de preguntas que más se me repitió este año. Antes de irme a dormir, ni bien me levantaba, después de cenar, en el medio de la rutina laboral. Si hay algo que aprendí este año es que, para reconocer y escuchar al deseo, primero, hay que estar habitándose en presente y en lo que una es y, sobre todo, quiere ser. No hay deseo materializable sin presencia posible.
Habilitarme sucedió de las formas más invisibles, imperceptibles y ordinarias que necesitaba. Este año, habilitarme, para mí se vio así:
Decir que no y poner límites sin sentir culpa.
Preguntarme muchas, muchas, muchas veces lo mismo… sin buscar una respuesta.
Quedarme cuando el mundo parecía solo suceder fuera.
Volver una y otra vez a los hábitos y prácticas que me hacen bien sin exigencia. Volver a irme. Volver a volver.
Sostener a pesar de la incomodidad, aferrada a un hilo de confianza.
Aceptar las decisiones del pasado sin juzgarlas como errores desde mi versión del presente.
Quedarme muy cerca mío, por más incómodo, sinsentido y oscuro que se sintió a veces.
Vivir, experimentar, amar, decir, hacer… con una incertidumbre brutal.
REaprender a confiar: en mí, en las personas, en la vida, en las decisiones, en el corazón.
Habilitarme, este año, me salvó.
Escribir y hablar para Humans in the making me salvó.
Acompañar personas en Qué más es posible, me salvó.
Decir te amo, perdón, esto me duele, necesito ayuda, me salvó.
Llegar tarde de todas las citas con mis amigas, me salvó.
Pasar mucho tiempo con mi gato, me salvó.
Habilitarme todo esto, habitarme para escuchar que esto, exactamente esto, era lo que necesitaba… me salvó de alejarme de mí, de elegir deseos de otros, de tomar decisiones sin corazón.
Me salvó de no elegirme.
¿Preguntas sin respuesta? Compartí anónimamente esa duda sobre este tema, el que te esté persiguiendo o la vida y sus consecuencias para que lo conversemos en las próximas ediciones.
🪟Escritura pa’l presente:
Como te dije arriba: animate a hacer una lista, mate y pan dulce en mano, con todo lo que sentís y sabés que te habilitaste este año. Por más invisible que sea para otros… Está ahí
🔮Episodio humano e imperfecto con Lara de Agua
La amistad que formamos con Lara es un regalo de Internet y ¿qué mejor que una persona que escribe a diario sobre si misma para hablar de habitar el presente y habilitarse una vida preciosa?
🦋 Invitación early bird
Con una personita que ya pasó por el podcast de Humans estamos craneando un club de lectura de ficción + escritura personal para enero y febrero. Entretenimiento para todos los que nos quedamos en el calor de la ciudad.
Te leés el libro cada atardecer cuando baja el sol y después te escribís en una noche de verano. Ideal.
Online pa todo el mundo. Valores Early Bird con cupos limitados. Dejá tu mail si querés recibir la info esta semana para sumarte primer@ :).
¿Te gustó esta columna? Ayudame a llegar a más humanas como nosotras y compartilo en tus historias o envíaselo a tu persona favorita🪄.
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