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🪄 junio 🪄 El paso del tiempo
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🪄 junio 🪄 El paso del tiempo

y aprender a convivir con el caos.

Hola, humana, y bienvenida a la ¡¡sexta!! edición de Humans del año. Hoy hablamos sobre el paso del tiempo, lo mucho que puede costarnos aceptar que se nos está yendo de las manos y el poder de aprender a convivir con el caos para tomar decisiones sobre cómo queremos vivir.

En el episodio imperfecto, me escuchas hablar con Solange Bendinelli, amiga viajera, fotógrafa de lo cotidiano, activista de la sensibilidad.

El paso del tiempo

Me estoy mudando. Me estuve mudando o ya estoy mudada. Técnicamente la opción correcta es esta última, porque hace ya más de dos semanas que dormimos en la nueva casa. ¿Es nueva si es primera? Esta es el primer hogar que armo desde cero, la primera casa que habito que tiene muebles, tazas, heladera, sillón que compré yo, que no me da miedo romper porque no tengo nadie a quien responder. Al momento de escribir estas palabras todavía falta que llegue el sillón, colgar la TV, comprar la mesa y el rack, la barra para la estación de infusiones, los estantes de la cocina y toda la decoración: plantas, cuadritos ilustrados, esas cosas que se ahora están de moda pero que a mí siempre me gustaron. Entonces podría decir que ya estoy mudada, que el caos que me acechó durante los últimos meses finalmente se disipó. Pero al caos, si hay algo que lo caracteriza, es su persistencia, su astucia para encontrar siempre formas de seguir con vida. Así que acá sigue, el bendito caos, al lado mío, observándome desde el lugar vacío en el que nos sentamos cada noche en el piso a cenar y me recuerda: acá debería haber un sillón, acá una planta, acá una luz.

Desde mis años de estudio en la escuela fui desarrollando una manía: ordenar los espacios antes de empezar a trabajar. Siempre me costó hacer la tarea de la escuela en mesas desordenadas, empezar a estudiar en escritorios llenos de otras cosas. Lo hice siempre que tuve una mesita durante el último viaje por Asia, lo hice en cada casa que habité: el orden del escritorio (o la mesa que oficie de) no se negocia. Tal es así que incontables son las veces en las que, con las horas contadas, dediqué más tiempo al orden que al trabajo. Con la computadora, por ejemplo, me persigue una compulsión por tener todos los archivos ordenados con una lógica, con un método, y puedo cambiarlo todo cada semana. Si no lo hago es porque sé que dedicaría más tiempo a ordenar que a, efectivamente, hacer algo, y porque sé, hace un tiempo, que ahí está mi talón de Aquiles, la crème de la crème de lo que tengo que aprender.

Hace unas semanas, dos personas con las que trabajo, una mentora de negocio y mi psicóloga, me dieron el mismo diagnóstico: tengo que aprender a convivir con el caos. Parece que yo, una persona considerada caótica por muchas otras, que vivió durante más de 4 años sin casa fija, sin sueldo fijo, una persona que el último año apenas supo dónde iba a dormir las próximas semanas, tengo que amigarme con el caos y su espacio en el tiempo porque, mientras espero a que todo se acomode, el tiempo pasa igual. Sé a qué se refieren. Cuando me fui de Argentina quedó un total de 3 cajas en las que guardé objetos de mi vida que no quise tirar: algunos libros, cartas de la infancia, tazas, cosas de mis abuelos y hermanas y un conjunto de elementos de papelería que nunca usé. Nunca sentía que el contexto fuese lo suficientemente ideal como para usar esos bienes tan preciados, esos papeles con olor, esas velitas mágicas o los papeles de Floricienta. El tiempo pasó y yo crecí, y lo que un día significaron todos esos objetos se reemplazó por los gustos de grande: los libros, la papelería coreana y japonesa. El tiempo pasó y esos papeles perdieron el olor, las velas se secaron y empezaron a resquebrajarse, y yo perdí la oportunidad de usarlos cuando era el momento, cuando todavía significaban un mundo de puertas sin llave, cuando escondían la magia de la infancia que todavía cargaba por entonces. El tiempo pasó y yo era muy chica para aprender a convivir con el caos a cuestas, y las oportunidades se escurrieron entre los dedos, entre el tic, tac, tic, tac del reloj que nos empeñamos en no escuchar.

En enero tuvimos que decidir si seguíamos viajando por Asia o nos quedábamos quietos. Elegimos hacer hogar. En medio de la planificación de elegir quedarse, recordamos que teníamos compromisos en Asia hasta junio. Respetarlos significaba esperar a que pasara el tiempo para llegar a ese otro lado, a la vida que, ahora sabíamos, queríamos vivir. Significaba renunciar a todas esas cosas lindas y buenas que nos llamaban a una vida más quieta, cosas que iban a pasar igual, aunque nosotros no estuviéramos ahí: las fechas de cumpleaños, los nacimientos, los recitales con amigos. Fue uno de esos raptos de lucidez de los que no hay vuelta atrás: cuando te das cuenta de que patear las decisiones es tomarlas igual, porque el tiempo no se detiene. Si no decidís, si no aprendés a convivir con el caos, el tiempo lo hace por vos. Entendimos que ninguna promesa es tan importante, y nos bajamos.

Clive Head

El tiempo pasa para todo, incluso para eso que creemos que podemos congelar. Vivimos esperando que el caos se acomode para poder hacer algo en vez de, efectivamente, poner manos a la obra para asegurarnos de que el orden, efectivamente, suceda. Esto es algo que yo llamo el cuandismo consecuente: decimos “cuando tenga más plata, cuando arregle esto, cuando sea feliz, cuando sea flaca, cuando me sienta preparada…” pero nunca vamos a estar preparadas si no hacemos algo para estarlo, ni vamos a tener más plata si no buscamos la forma de aumentar los ingresos, ni vamos a ser felices si no nos permitimos revolver la mierda y sacar de raíz o aprender a convivir con esa parte nuestra que nos hace sentir nefastas cada vez que se nos cruza por la cabeza.

Es un círculo vicioso que nos drena, porque duele reconocer el tiempo que dejamos pasar sin responsabilizarnos de ese caos que nos atormentó. “Estoy en un punto en el que no puedo ser la que siempre soy ni convertirme en la que podría ser”, dice el personaje de Claire Keegan en su libro Tres luces, porque sabe que está en un limbo, que está en medio del caos, que está en medio de un mar mientras las olas rompen y ella todavía no puede llegar a la orilla. A menudo no nos permitimos cambiar de identidad y por eso tomamos decisiones que nos mantienen donde estamos, y así terminamos arrastradas a varios metros —años— del punto inicial de la orilla porque las olas, como el tiempo, se mueven aunque nosotros nos quedemos quietas.

Parte de cambiar nuestra relación con el paso del tiempo necesita que aceptemos que podemos perderlo, que no vuelve. Los más optimistas te van a decir que no, que no lo perdiste porque necesitabas transitar ese proceso, y hay un poco de razón en esto, pero no me alcanza para dejar de sentir que, a veces, lo que se va está mal aprovechado, como una naranja que no pudimos terminar de exprimir porque teníamos callos en las manos. No es nuestra culpa no haber podido, pero es nuestra pena desperdiciar ese jugo que no pudimos tomar. Pero mientras haya tic tac, tic tac, aún habrá algo que podamos hacer: podemos hacernos cargo del paso del tiempo, podemos elegir ser responsables de lo que elegimos hacer, pero también de lo que no.


Así reza Marina en su último libro: las tortugas no tienen madre. Cuando rompen el cascarón caminan solas hasta el mar. Nadie puede ayudarlas porque de otro modo morirían. El sufrimiento es suyo y solo suyo, y deben atravesarlo. De camino al océano se limpian la piel vieja. La arena que las roza y las lastima también las prepara para que puedan nadar. Entonces pienso, y me digo, y te digo: no hay nadie que pueda decirnos qué hacer con nuestro tiempo más que nosotras mismas. Es nuestro el viaje hasta la orilla, el aprendizaje de caminar con la piel descascarándose, la decisión de seguir caminando hasta el agua con el caos a cuestas. Y, tal vez, cuando hayamos llegado, el caos y el tiempo ya hayan desaparecido, o incluso aún mejor: habremos aprendido a exprimir el tiempo, así, caótico como fue y siempre será.

¿Preguntas sin respuesta? Compartí anónimamente esa duda sobre este tema, el que te esté persiguiendo o la vida y sus consecuencias para que lo conversemos en las próximas ediciones.

🪟Una ventana abierta

Lo más honesto que puedes hacer por vos misma es volcar en un papel las decisiones y momentos que dejaste pasar. Ya está. No pasa nada. Se vienen muchos otros. Pero, al menos, que no te pesen y viajen sobre tus hombros todo el rato. El presente merece liviandad, amiga.


🔮Episodio humano e imperfecto con Solange Bendinelli

Hoy charlamos con una gran amiga que me dio la viaje viajera, Solange: fotógrafa, entusiasta de la vida, fanática de la música en vivo y admiradora de lo cotidiano y lo colectivo. Hablamos sobre el paso del tiempo, sobre cómo cambia el vínculo con él cuando te das cuenta de lo que te perdés cuando elegís ganar en otro lado, y cómo sobrellevar el caos que implica vivir mientras la vida sucede.

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Actitud para adueñarnos de nuestro tiemp


Vivamos estas semanas con la fe de que siempre hay tiempo.

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Los ensayos mensuales y conservatorios abiertos de cada mes para profundizar sobre un tema, ejercitar el músculo de la reflexión y animarnos a pensar hacia afuera los temas que nos vuelven más humanas.