🪄Octubre🪄 NINGUNA DECISIÓN ES TAN IMPORTANTE
Una nueva edición para resignificar nuestras historias y habi(li)tarnos la exploración personal.
Octubre me encontró disfrutando de la última semana viviendo en Penang, una isla grande de Malasia en la que convive una ciudad Patrimonio de la UNESCO en la que todavía existen casas viejísimas, cafés que sirven tostadas hechas de forma tradicional en horno con carbón, librerías con decenas de ejemplares antiguos de Lonely Planet, libros de hinduismo y budismo y restaurantes de comida musulmana en los que se aglomeran personas en filas desordenadas. A 15 minutos de George Town existe una zona de expatriados en la que viven estadounidenses, australianos, japoneses y chinos, en su mayoría. Casi todos, excepto los chinos, se mudan a esta zona para a) tener una vida tranquila, económica y de buena calidad para sus hijos o b) para jubilarse y tener exactamente lo mismo, pero con hijos ya crecidos y viviendo en alguna otra parte de la Tierra. En este submundo de yates, comida occidental y bares con deporte en las tvs a toda hora estuvimos viviendo durante 3 semanas, intercambiando las caminatas al mercado de comida más cercano con las horas en la piscina enorme o en el jacuzzi de agua caliente y los paseos con la perrita medio salchicha de 11 años que estuvimos cuidando.
Llegando al 10 día del mes cambiamos la rutina de comprar el Kopi Ais para cada mañana el día anterior en la cena de camino a casa, saludar a los dueños de los otros perros y amigos de los dueños de la nuestra y a los trabajadores del condominio por otra isla, un tanto más salvaje y local, en la que el verde aparece por todos lados y el sol y la humedad acechan y caen sobre los hombros. Escribo esto sentada en la mesa del porche que tiene nuestra habitación aunque el calor agobie, y pienso, indudablemente, en cómo llegué hasta aquí.
En esta edición, hablamos de todas esas decisiones que pensamos y tomamos a diario y que tienen que ver con nuestra propia vida y lo que construimos, sepamos o no.
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Ninguna decisión es tan importante
Cuando era chica decidí que quería vivir viajando. Pude haberlo decidido como le pasa a muchísima gente y nunca cumplirlo argumentando que no pude. En ese entonces, no tenía un contexto que me lo facilitara demasiado. Contaba con los privilegios de una persona de clase media con unos padres que la quieren mucho.
A pesar de eso lo deseaba tanto que hoy, viendo en retrospectiva, entiendo que lo que hice fue hacer que cada mínima decisión fuese igual de importante que la primera. O, lo que es lo mismo, que ninguna importara tanto.
Durante años ahorré de a 50 dólares mensuales (lo que correspondía a un 40% de mi salario, aproximadamente) trabajando 4 horas porque no tenía para más. Elegía minuciosamente en qué gastar mi dinero y más de una vez me tildaron de rata, pero yo sabía que no era eso. Estaba decidiendo en qué gastar mi contada plata.Durante años planifiqué mis meses, financieramente hablando, para poder siempre ahorrar para eso que veía estúpidamente lejano.
Me fui acercando. Me perdí muchas cosas: salidas con amigos en Argentina, viajes por España viviendo en el viejo continente, borracheras infinitas con cubatas de 10 euros y comprarme más de un libro.
Siempre volví a decidir lo mismo.
Esto no me exime de los privilegios antes mencionados, pero sí de haberme recluido en una de las excusas que usamos los que podemos: no tener dinero. Quienes gozamos de un salario (fijo o no) que da para un poco más que las necesidades que tenemos, podemos elegir. Quienes viajan mucho lo saben, porque es un tema que aparece más seguido de lo que nos gustaría: “ay, cómo me gustaría, si yo tuviese la plata, si yo pudiera”…
Yo no entro en esa de que viajar es barato porque, técnicamente, no lo es. Al menos, yo no viajo de forma barata partiendo de la base de que tengo ahorros que me permiten sentirme segura frente a posibles imprevistos. Puede ser barato o económico, pero incluso eso puede ser costoso para alguien.
Lo que quiero decir, en realidad, es que cuando no hacemos algo, probablemente es porque estamos dedicando los recursos (los que sean) que eso requiere a algo más (conscientemente o no). Da igual si es el dinero, la energía o el tiempo, porque lo está fallando es que no nos estamos habilitando a asumir que algo nos aleja de eso que, en teoría, queremos: o no es tan importante como creemos (o queremos creer) o hay emociones, historias, recuerdos que nos impiden acercarnos a ese deseo con nuestras decisiones. Si lo único que está bajo nuestro control son las elecciones que tomamos a diario, ¿por qué elegiríamos lo que nos aleja de eso que queremos ser, tener o construir?
Haber conseguido lo que yo quería, vivir viajando (aunque ahora lo llame viajar viviendo, término que le robo a Luján), no me exime de seguir eligiendo. En más de una ocasión dudo por todas las cosas que me estoy perdiendo. A veces me pregunto si haber ido a Buenos Aires antes de venir acá fue un error. Los viernes pensamos en lo bien que la estaríamos pasando cenando en la casa de mi prima y jugando al Sequence, los domingos eternos en los asados del tío. En todos los nenes que vemos en la calle vemos a mis sobrinos, y siempre que Instagram me muestra una historia de mis amigos de España en la playa o en un boliche siento que nos faltó tiempo para vivir más cosas juntos.
La adultez viene con un montón de cosas lindas pero tomar decisiones no parece ser una de ellas. El miedo a equivocarnos y a cometer un error imposible de reparar (económica o emocionalmente), la mirada que sentimos constante (y en muchos de los casos es inexistente) de personas que están a nuestro alrededor observando lo que hacemos, esperando el momento de más debilidad para juzgarnos. Las ganas de que papá, mamá, tutores, estén orgullosos de nosotros. Resistir un archivo. Tomar decisiones se vuelve aburrido y tedioso porque le quitamos la tranquilidad con la que podemos modificarlas. Tomar decisiones en la adultez debería ser igual de liviano que cuando somos chicos. Exceptuamos de esta conversación a las decisiones que tienen que ver con la salud y la perpetuación de la vida propia o de otras personas, por favor, que cuando incluimos a otro en nuestros enredos estamos siendo egoístas más que libres, y recordemos, también, que un impulso es una reactivada, no una decisión.
Escribimos nuestra vida a cada paso que damos. No lo sabemos, pero todo el tiempo estamos tomando decisiones que nos van a llevar a un lugar o a otro. Puede que, lo más probable, es que ni siquiera sepamos a dónde. En los casos más claros, tenemos una idea acerca de lo que queremos conseguir, vivir, experimentar. En los más caóticos, caminamos dándonos la cabeza contra las paredes, avanzando por rebote, y eligiendo a medida que encontramos una puerta. Ninguno es mejor o más válido que el otro. Son formas de seguir viviendo que incluso pueden coexistir perfectamente. Dependiendo del momento vital, las ganas y algo más, nos sentimos más o menos perdidas, con anteojos 3D que esclarecen las rutas posibles y te dejan divisar dónde está la puerta que estás buscando, o con anteojos con el aumento incorrecto: con una visión mareada, obtusa, que no puede hacer foco. Igual, seguimos caminando.
Hablar de tomar decisiones sin hablar de contexto es de negacionista. El contexto siempre importa. Para bien y para mal. El contexto delimita, ensancha y expande o achica, pero siempre marca una forma. No es lo mismo tener que decidir cuando las opciones y los recursos para vos son limitados pero muy abundantes, que cuando agradeces si podes decidir no ir a trabajar un día que te sentís mal. Antes tenía tatuada la frase querer es poder. Hoy no creo que siempre sea así, pero lo vivo desde una situación de tanto privilegio que ni siquiera me atrevo a pensar en aquellos que realmente no pueden, que el contexto les aprieta tanto la garganta y les destroza el cuerpo que lo único que les queda es seguir queriendo, sabiendo que lo más probable es que nunca puedan. No hablo para esas personas, no me atrevo. Me parece hasta invasivo hablar de lo que no conozco y tuve el privilegio de no vivir. Mis recursos fueron durante toda mi vida limitados pero suficientes, y hoy eso se acerca más a un privilegio que a un derecho.
Cuando tenemos la posibilidad de decidir y entramos a la vida medianamente adulta (porque qué es ser adulto realmente, cuándo se es adulto del todo, no sé, puede que nunca), cuando se supone que ya maduraste lo suficiente como para hacerte cargo de tu vida y ser responsable de tus acciones aunque la cagues una dos tres cuatro 1200 veces, decidir se vuelve tedioso. En algún momento del paso del tiempo decidir dejó de ser un regalo. Cuando te decían elegí la golosina que querés comprarte, elegí el juguete que quieres pedirle a papa Noel, elegí lo que querés que la madrina te lo regala. El color de los cuadernos para la escuela, el deporte extracurricular que vas a empezar al inicio de clases, el día que preferís ir a dormir a lo de la abuela con los primos. Elegir era divertido, porque si el privilegio o la suerte te lo permite, tenías unos padres que te dicen que te quedes a dormir y te diviertas, que si a la noche no podías dormir y querías volver a tu cama, que los llamaras y ellos te iban a buscar. Elegir así es liviano, porque una sabe que tiene una forma sencilla, rápida y económica de salirse de tus propias decisiones. Una sabe que tiene a un papá o a una mamá al que llamar y pedir que la rescaten.
Con el peso de los años vienen también los ladrillos atados a cada esquina de las decisiones. Hay que tomar UNA decisión y tomarla BIEN. De una vez y para siempre. Y, aunque sabemos que hoy existen un montón de posibilidades de volver atrás, a pocos parece importarnos esto, porque, al momento de elegir, nos invade la mente la sensación de abandono, desahucio y fracaso con la que creemos que tendremos que cargar el resto de nuestras vidas por haber cambiado de elección.
Nos cuesta decidir porque, más de una vez, nos encontramos con personas que nos recuerdan eso que habíamos dicho que íbamos a hacer con tono acusatorio, con cara de juez que descubre nuestro comportamiento ilícito. Nos cuesta decidir porque tenemos tan interiorizada la presión de que somos nosotros quienes hacemos nuestro destino y moldeamos nuestra vida presente y futura que los hombros se nos vencen de cargar con toda esa responsabilidad. Por eso nos cuesta tanto conseguir objetivos, por eso nos cuesta tanto sostener las cosas. Porque nos gastamos la energía en tomar UNA decisión, cuando lo que importa, en realidad, no es LA decisión en sí, sino las decisiones que tomas a diario, en lo cotidiano, a partir de eso.
Todas las pequeñas decisiones que decantan en una gran decisión que a veces se sabe de antemano, a veces no. Ninguna decisión es tan importante, porque donde realmente está el valor es en decidir sostener esa decisión. Parece un trabalenguas, pero no lo es. Decidir por sí solo es una declaración de intenciones, pero de nada vale decir que vamos a ahorrar dinero si después siempre pedimos delivery. Aquí es cuando nos ponemos creativas. Inventamos excusas y argumentos de todo tipo para no pasar a la acción la decisión que tomamos. Incluso somos tan cínicos que creemos que exponiéndonos y contándole la decisión a alguien más vamos a comprometernos. Eso es una falacia: a lo que nos comprometemos es al terror que tenemos a mostrarnos vulnerables, a asumir frente a alguien más que nosotras mismas, así sea una amiga, hemos >>fracasado<<, que no hemos cumplido con nuestra palabra.
Ninguna decisión es TAN importante, pero todas tienen importancia. Porque así es como las decisiones que tomas, día a tras día, construyen algo. Un hábito de ir al gimnasio, una marca personal, una empresa o un vínculo sexoafectivo. Todas las decisiones que tomas aportan positiva o negativamente a una construcción. Sin embargo, ninguna es lo suficientemente importante por sí sola como para destruir o construir todo de una vez. Si un día no cumples con tu compromiso, nada se pierde. Si tomas un decisión que después no sostienes con otras ordinarias y cotidianas, nada pasa.
Por supuesto, ninguna es tan importante cuando recordamos que el contexto, Dios, el universo o la energía o fuerza en la que creas, propone y dispone situaciones y sucesos agradables, trágicos, tristes o increíbles sin previo aviso, y es, en esos casos, específicamente, en donde nos damos cuenta de qué poco puede valer haber elegido UNA vez, en comparación con desarrollar una capacidad que nos sirva para sostener(nos) en el tiempo.
Escribo e indago y descubro, sin querer, que el peso de las decisiones es puramente relativo, y que más vale que sea liviano para poder equivocarnos, abandonar y volver a retomar el camino que queremos construir, que llenarnos de ladrillos la espalda y castigarnos cada vez que somos no somos fieles a nuestros deseos.
¿Qué puede pasar a partir de una decisión?
Nada.
Todo.
Todo y nada a la vez.
Lo interesante es saber que existen las posibilidades, y que habi(li)tándonos a vivir una vida llena de vida (lo que eso signifique para cada una de nosotras), las decisiones pasan a ser nuestras aliadas y no nuestras enemigas, porque en vez de estar ahí para recordarnos las cosas que “tenemos que” hacer o, por el contrario, no estamos haciendo, se hacen presentes para invitarnos a volver a ellas con más convicción y amabilidad que antes.
🪶Otras voces
A veces dejar que el tiempo te muestre cuál es la decisión es la mejor decisión. Mientras tanto, descubre ventanas del mundo en esta web.
Una vez escuché a Darío Z. decir que, cuando se sabe lo que se quiere, no hay elección posible. La elección ya está tomada, solo hay que animarse a dar el paso. ¿Cuánto escuchas a tu intuición para tomar decisiones?
Una serie en la que el cúmulo de muchas y pequeñas (y horrorosas) decisiones nos muestran cómo podemos elegir seguir o desviar el curso de nuestra vida a cada momento.
El libro Una suerte pequeña:
“Esas circunstancias o cualquier otra: tomar un camino distinto, cruzar por otra barrera, salir del colegio cinco minutos antes o cinco minutos después. Me pregunté eso en aquel momento y durante muchos años más. Hasta que Robert me ayudó a no preguntármelo más: hay ciertos acontecimientos que están destinados a suceder, no hay escapatoria, no hay circunstancias que pudieran haberlos evitado. Aunque uno tome un atajo, o se desvíe del camino o incluso se detenga. No hay ni razón ni religión que logre explicar por qué. Como no se puede explicar por qué las guerras, o las masacres, o las pestes que diezman poblaciones enteras, o enfermedades tremendas en niños recién nacidos. Por qué. Para qué. Con qué finalidad. No hay respuesta. No hay escape. La hoja de ruta de nuestra vida tiene marcada en el camino pasar por esa estación, y uno, haga lo que haga, pasará. Lo único que no está marcado, decía Robert, es qué hará cada persona después de pasar por esa circunstancia. Es allí donde está el libre albedrío: decidir después del episodio, del accidente, de la guerra, de la catástrofe, del error, de la fatalidad. No es posible evitarlo, ésa no es la opción, pero sí hay opción para decidir qué hacer después. Y yo elegí. Según Robert no de la mejor manera. Pero elegí. Nadie me obligó a hacer lo que luego hice. No todos podemos elegir la mejor opción, no todos estamos preparados. Aunque también, según Robert, uno tiene el resto de la vida para seguir eligiendo, y así reparar o clausurar para siempre cualquier posibilidad de reparación”.
🪟Una ventana abierta: el prompt de escritura del mes
En la mayoría de los casos, cuando pensamos en decisiones, recibimos un sudor frío, miedos y una presión catastrófica. ¿Y si intentamos amigarnos con esos caminos posibles? Haz una lista de las decisiones que tomaste y luego abandonaste o redireccionaste el curso de los hechos: aceptar un viaje, empezar el gimnasio y no ir, cambiar de trabajo, empezar una carrera universitaria. ¿En qué te benefició esa elección? ¿Qué aprendiste de ti o del mundo? Recuerda que las experiencias son el capital de la humanidad.
Esta es la actitud para tomar decisiones de ahora en más, humanas
Vivamos este mes confiando que podemos elegir y cambiar nuestra vida cuantas veces nos dé la gana.
(just a) human, el espacio de pago de Humans in the making
El mes pasado, en las columnas semanales hablamos y escribimos acerca de las repensar y observar desde fuera lo que nos hace ser lo que somos, la vida fuera de Internet, el lado B de viajar y cuestionar los parámetros de éxito. Si te sumas ahora, accedes a todo el archivo completo desde los inicios. En esta sección puedes conocer más sobre el espacio.