Este es un diario de una serie dentro de la que suscripción paga que llamé (just a) human in somewhere. Esta primera edición, sobre mi viaje por Corea del Sur, es gratuita, así que, si te gusta, te invito que compartas un fragmento en tus historias (o en tus notes de Substack, por qué no) como forma de retribución. Si quieres involucrarte más, considera sumarte a (just a) human, la sección paga con columnas semanales, propuestas de escritura y más. Otra forma de ayudarme es compartirme anónimamente una pregunta que te esté volando la mente durante estos días.
Hace tres días tengo dos llagas en la boca, justo sobre el nacimiento de 2 muelas, pero eso no me interfiere con seguir comiendo y probando platos nuevos. Cada algún rato me duele mucho y me pongo de mal humor, pero lo dejo estar. No quiero poner el foco ahí. Me quejo y sigo. Ayer vimos poco de Daegu porque estaba nublado y lloviznaba y estábamos cansados y mal dormidos. Hoy salimos pero no temprano porque yo me recupero a las 10 de la mañana recién de esa noche de mal dormir, me levanto con culpa de que el pobre D. está esperándome hace más de 3 horas seguro porque conozco a que hora se despierta, y en 10 minutos estoy lista para salir. Parece que está lindo, así que me la juego a no llevarme la campera para estar más suelta por un día al menos.
Viajar con frío me está gustando y, encima, cuando llegamos, nos sorprendió el otoño, lo que significa hojas anaranjadas, rojizas, amarillas por todos todos lados, arriba, abajo, a los costados. El viento frío en la cara, la sensación de abrigo cuando entrás a un lugar, eso el verano no te lo da. Vamos a un parque a caminar y nos sorprendemos con la cantidad de personas mayores que hay haciendo ejercicio en esas máquinas en Argentina suelen estar completamente vacías. Acá no hay menos de 20 personas compartiendo el espacio, haciendo pesas, sentadillas, movilidad, y hasta dominadas. Caminamos un poco pero no hay mucho para hacer acá mas que estar, mirar, y vamos dirigiéndonos hacia el lugar del almuerzo durante una hora por un barrio tan local que lo único que hace la gente es mirarnos con cara rara, de ustedes no son de acá, pero amables, nos saludan, nos sonríen. Antes pasamos por la puerta de un parque de atracciones, y, como siempre, vemos cuál es la mejor forma de entrar porque siempre queremos juegos, y parece que podemos venir sobre las 5 de la tarde y es más barato. Yo dudo de si nos va a dar tiempo para subir a varios juegos pero acepto.
Entramos a comer a un lugar en el que parece que nunca entro alguien de occidente. Nos miran, levantan la cabeza de sus platos, nos saludan con la cabeza, se hablan entre ellos, le avisan a los que están de espalda y se dan vuelta también a mirarnos. El camarero nos indica una mesa y nos sentamos. Traducimos el menú con el celular pero esta vez la IA no nos ayuda, y parece que el camarero no viene a tomarte pedido, hay que gritárselo desde la mesa. Decido levantarme y mostrarle las fotos de Google reviews de los platos que queremos, porque yo tengo un límite y solo sé decir gracias, hola y whisky, y por intentar hablar coreano a los gritos no voy a pasar. 2 de dumplings aplastados y uno de ensalada de fideos, por favor. Después viene uno y nos enseña que nos trae gajitos de algo que parece naranja y nos indica que hay que ponerle un líquido transparente arriba. Cuando vienen los platos de dumplings, nos muestra que hay que ponerles picante y salsa de soja antes de comerlos. Estos palillos son circulares y hacen todo más difícil. Tal vez son todos así pero es la primera vez que me doy cuenta de que el palillo circular hace todo mas difícil. Voy a buscar agua y el señor me dice que estoy poniendo agua mal, que estoy poniendo fría, que la otra es la caliente. Le devuelvo sus gestos con señas de que está bien así, que quiero agua fría en un vaso caliente. La comida, una vez más, esta increíble, son platos ideales de verano, dice D., pagamos 10 dólares por todo, la comida más barata hasta ahora, incluso más que Mc Donald’s, y nos vamos a la casa.
Tenemos unas horas de descanso antes de salir para el parque. Quiero hacer unas cosas en la compu pero me quedo dormida, y cuando me despierto me quiero bañar y sentarme a hacer, pero D. me reta y me dice que nos tenemos que ir. Hago lo imprescindible y me cambio rápido y nos vamos. Me llevo todo porque supongo que va a hacer bastante frio, es un parque al aire libre y ya es noche oscura. Tomamos el mismo bus que el de la mañana y tardamos 20 minutos o así. En el camino íbamos hablando de los resultados de unas pruebas estándares de matemática y lógica de España y una señora me hace señas para que me calle, el gesto de sh sh con el dedo en la boca que se entiende en todo el mundo. Me quedo tiesa y le cuento a D. muy muy bajito lo que había pasado, el suelta una carcajada y dice que a él no lo iba a callar ninguna vieja mala onda. Estábamos hablando lo más bajo que podemos hablar, entiendo que para Corea eso es alto, pero después nos tomamos mas buses y en todos la gente hablaba incluso más alto. O nos tocó una vieja odiadora de turistas o completamente cascarrabias, o las dos cualidades juntas.
Bajamos del bus y grito levemente una puteada que nadie más que nosotros entiende o escucha. Compramos la entrada más barata, para después de las 17 horas, y esperamos 7 minutos para que nos dejen entrar. Hay fila. No nos van a dejar entrar 7 minutos antes, son así y así son. 17 en punto abren los molinetes y vamos pasando, mientras una chica nos espera del otro lado con cara de Mickey Mouse sonriente para ponernos la pulsera del color de la entrada que pagamos.
D. está emocionadísimo, hace más de 10 años no va a un parque ni se sube a una montaña rusa, dice. Mis ultimas veces fueron allá por 2016, en esa seguidilla que tuve de ir 5 años seguidos a Disney Orlando. Yo pensaba que iba a haber mucha gente y no íbamos a llegar a subir a todo pero no pude estar más equivocada. Hay bastantes adolescentes y padres con niños chiquitos. Parece que son buenas madres, dice D., yo las imaginaba más frías, mas distantes. Adhiero y llegamos al primer juego, una montaña rusa. Resulta ser la más fuerte del parque y después resulta que nos subimos algunas veces más a esa y a la segunda más potente, tantas veces que D. se termina subiendo solo acompañando -o acompañando de- a una nena de 5, 6 años, que le dijo al padre que se quería subir 10 veces seguidas. No sé si lo habrá conseguido, cuando nos fuimos iría por la 4 o 5 vuelta. Nos subimos al samba y mientras D. se sorprendía de los sacudones que nos daba, solo a nosotros porque éramos los únicos, le conté de todos los cumpleaños que festejé en el Coto de Ciudadela solo porque estaba el juego ese. Cómo me gustaba, y lo bien que la pasábamos en esos cumpleaños. No me importaba nada más que todas esas vueltas gratis, porque mamá y papá ya habían pagado el cumpleaños, ahí arriba con todos mis amigos, escuchando Gasolina de Daddy Yankee.


Pasamos por un juego en el que se escucha a alguien cantar fuertísimo con un micrófono y vemos que hay toda una horda de adolescentes alentando no sabemos bien a qué. Nos acercamos, y a pesar de que el juego es bastante sencillo y tranquilo, como unos carritos que giran y suben y bajan, está lleno de chicos de 15, 16, 17 años. Es evidente que ponen hits de k-pop y ellos, los que están arriba del juego y los de abajo que hacen la fila, cantan los estribillos como si estuviesen en un recital. La que canta en el micrófono es la empleada del juego. Vemos primero a un chico y después rota con esta chica. Bailan, cantan, les dan panderetas a los chicos antes de que empiece la ronda. Es como una experiencia musical. Nos ponemos en la fila y cuando se dan cuenta y nos ven los chicos nos miran, se sonríen, hablan entre ellos, pero cuando empieza una nueva ronda ya se olvidan y se ponen a gritar tirados sobre las vallas.
Tenemos tanta suerte, estamos teniendo tanta suerte, que justo ponen el Gangam Style en nuestra vuelta. Cantamos gritando con ellos. Cuando termina la ronda, todos empiezan a gritar, al mismo, exacto, idéntico ritmo de una más, y no jodemos más, su versión coreana del cántico: a-pa-ñó, a-pa-ñó. La chica del juego vuelve a apagar las luces, prende las de neón, y volvemos a girar.


Este es un diario de una serie dentro de la que suscripción paga que llamé (just a) human in somewhere. Esta primera edición, sobre mi viaje por Corea del Sur, es gratuita, así que, si te gusta, te invito que compartas un fragmento en tus historiascomo forma de retribución. Si quieres involucrarte más, considera sumarte a (just a) human, la sección paga con columnas semanales, propuestas de escritura y más. También podés compartirme una pregunta anónima que te haya quedado de esta edición o que tengas en la cabeza sin respuesta.