Buenos Aires, 26 de enero
¿Cuántos días faltan para irnos?, me pregunta D. ¿28? No, 26. Tal vez esa es la razón por la que hoy me siento inestable. Inestable como el clima de Buenos Aires que no sostiene sus premisas ni un día. Creo que eso me angustia: estar esperando la lluvia y que nunca llegue. Por regla general y matemática, hasta ahora, todo lo que quise siempre llegó: vivir afuera, tener una pareja que me quiera como soy, un trabajo con el que me sienta libre, tiempo para mí, nuevas historias y concepciones para seguir preguntándome cómo quiero vivir. Pero parece que la lluvia, ese momento en el que las personas nos dividimos entre los que empiezan a putear y los que sentimos que, por fin, llegó nuestra oda favorita a la vida, sigue sin llegar.
No siempre fui consciente de esto. Todo empezó cuando me fui a vivir a Madrid. Llegué justo cuando terminaba el invierno, y era tanta la emoción que, hasta que no volví por primera vez a Buenos Aires y me encontré con las lluvias de verano, no me di cuenta de lo poco que llovía en esa ciudad. Cuando volví a la que, por ese entonces, era mi casa, lo supe: me pasaría los días esperando la lluvia. Y la lluvia pocas veces llegaba, mucho menos como yo quería: fuerte, abundante, arrasadora. No duraba ni de cerca lo suficiente como para darme tiempo a cambiarme y salir a caminar hasta algún café del barrio a escribir o leer. Puede que suene romántico, pero es mi impulso natural. Llueve y quiero salir. No me molesta mojarme, no me molesta ese viento con gotitas imperceptibles. Todo lo que hace a la lluvia me da paz: el ruido, el sonido del agua contra el suelo, las nubes que van y vienen, la humedad. La lluvia me gusta, y como hoy tenía que llover y no pasó, pienso que tal vez por eso me encuentro así, como el clima, inestable, sin saber si estoy triste, ansiosa, aburrida o angustiada.
Cuando decidimos que veníamos a pasar una temporada a Argentina, le dije a D, contentísima, que extrañaba mucho las lluvias fuertes de Buenos Aires. Unos meses antes, en su casa, estábamos jugando juegos de mesa en el balcón y cayó una tormenta corta pero intensa. Nos quedamos viviéndola. Desde ese día soñaba con las tardes de invierno, nubes y lluvia que mi mente atesoraba de mi Buenos Aires. Madrid se encargó de despedirme durante las últimas 2 semanas que ganamos juntas con lluvias continuas durante varios días. Un poema.
Estamos a 26 días de irnos y esa es la 2da razón por la que evalúo mi estado emocional indescifrable. No es un mes, no son dos semanas, no es mañana. 26 días es un tiempo tan abstracto como abarcativo. Todavía podemos hacer algunas cosas. Todavía podemos abrazar amigos, dormir con Dino, planificar, cenar con papá y comer asado. Pero mañana van a ser 25, y sé que estos números que parecen la nada, son los que más se escurren. Mañana van a faltar 25, pero todavía hay tiempo de ver llover.
Bangkok, 8 de marzo
Hace ya más de 2 semanas que nos fuimos de Buenos Aires, y no, no vi llover como esperaba. Flor me dijo que esperara a las lluvias de septiembre, mamá decía que 2022 fue muy seco en todo el país, D. que lo había estafado.
Ver llover en Buenos Aires es estar en casa. Es viajar en el tiempo a los domingos en la casa de mamá, mirando Titanic mientras hago journaling y ella plancha al lado, secándonos las lágrimas. Con el tiempo, pasamos a Velvet. Es volver a la calidez irremplazable de los brazos de una madre, de las mañanas en silencio en las que nos encontrábamos después de un fin de semana separadas.
La retrospectiva trae aprendizajes. Fue un domingo de lluvia de octubre cuando me di cuenta de que no quería seguir estudiando Recursos Humanos, que esa carrera nada tenía que ver conmigo. Fue un domingo de lluvia de agosto cuando empecé a replantearme qué era lo que verdaderamente quería hacer con la única vida que sé que tengo. Fue un domingo de lluvia de marzo cuando me ahogué en llanto en la ducha y tuve que aceptar que necesitaba ayuda. Fue un domingo de lluvia en el que entendí, como en un nuevo domingo, pero esta vez sin ni una gota, que los sueños pueden materializarse de muchísimas maneras, la mayoría de ellas, ni parecidas a lo que esperábamos.
Cuando me fui a vivir a Madrid, por ejemplo, creía que iba a encontrar mi propósito laboral, dedicarme a la escritura, igual terminar alguna de las tantas novelas que tenía en mente. No puedo decir que algo de eso haya pasado. Si bien entendí por dónde no quería ir y empecé a vislumbrar por dónde sí, no avancé tanto como la Candelaria del 2019 quería, más tampoco puedo decir que mi deseo no se haya cumplido.
Sería injusto enfocarme nada más en todo lo que no, porque lo cierto es que, buscando una biblioteca donde escribir en silencio, encontré una mesa al sol en un café tranquilo, con música lo-fi de fondo, en donde no me siento ni observada ni agobiada, sino parte del paisaje.
Buscando qué hacer con mi propósito laboral descubrí de qué estoy hecha, empecé a vincularme con las personas honesta y vulnerablemente, creé una familia con pocos pero muy buenos amigos y aprendí, persiguiendo un deseo, a estar viva.
Cayendo después de los primeros días de que el sueño que tenía de venir a Asia, efectivamente, es realidad, vuelvo a este mismo aprendizaje, porque si hay algo que nos identifica como humanos es lo circular y no lo lineal: a veces hay que recordar experiencias para afianzar y, sobre todo, resignificarlas.
Viviendo uno de los sueños que sostuve durante tanto tiempo me encuentro con un montón de aristas que mi imaginación no fue capaz de contemplar, algunas más agradables de lo que yo pensaba, otras completamente inesperadas y desafiantes.
Déjame decirte: eso es lo mágico de los sueños. No importa cuánto tiempo los pensemos, nunca seremos capaces de conocerlos en su totalidad ni de saber cómo los sentiremos. Sino, ¿qué sentido tendría alcanzarlos?
Los sueños, sueños son. Y la realidad que se asemeja a ellos, un camino de infinitas sorpresas y descubrimientos. La pregunta es: ¿estás dispuesto a dejarte sorprender por todo lo que no, pero fundamentalmente, por todo lo que SÍ?
Yo no sabía que lo estaba y aquí estoy, rendida a lo que este exsueño, ahora realidad, tenga para darme.
Me preguntaron cómo me estaba adaptando al viaje, y lo cierto es que a lo único que me costó adaptarme fue a la diferencia horaria. Pero, en verdad, esto es una maestría del derrumbe. Todas las creencias que traes se caen cuando ves que hay sitios en el mismo mundo que tu vives en el que las cosas suceden de infinitas formas en las que te dijeron que NO se podía.
Foto D. de la semana.
¿Cuál es ese derrumbe que deseas, pero no te animás a desencadenar?
🏹Hazme saber que estás ahí: Responde, escribe, comenta cuando quieras, lo que sientas.