A poca gente le avisé que veníamos a Buenos Aires. Se fueron enterando de a poco, cuando me preguntaban cuál era el próximo destino. Mucho menos que veníamos sin billete de vuelta. Esa es la palabra en la que pienso desde que compramos el vuelo a Barcelona vía China y Roma. Volver implica tener un sitio al que regresar. Y yo no tengo casa en ninguno de los dos países que son hogar para mí. No puedo decir que vuelva a Madrid porque el Madrid que yo conocí ya no existe, pero tampoco se siente justo decir que vuelvo a Buenos Aires, porque siempre es una experiencia diferente. Yo siempre soy diferente, las cosas que vivo y me atraviesan acá también lo son. No sé si vuelvo, si voy, si llego, si paso.
Siempre pienso en ir porque voy hacia adelante. Y, aunque parezca extraño, porque esos lugares son los que más partes de mí tienen, los que más me formaron y los que más espacios y vínculos auténticos me dieron, nunca siento que vuelvo a ningún lado. D. dice que es porque tengo cierto rechazo al hecho de volver, y puede que tenga razón, pero yo todavía no soy capaz de verlo. Sé que para todos los que algún día fuimos expatriados o viajeros volver siempre implica preparar una serie de argumentos para quienes no entienden cómo elegimos algo que ellos (repito: ellos, no nosotros) consideran peor. Volver a trabajos en relación de dependencia, volver a la casa de los padres, volver al país de origen son acciones que siempre solemos pensar como un retroceso. Aun así, yo no dejo de pensar que no hay nunca sitio al que volver.
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No siento que vuelvo porque siempre me esperan cosas nuevas. Cuando vinimos en 2022 a vivir por unos meses con mi papá podría haber pensado que estaba fracasando, aunque fuese por elección, aunque podría haber alquilado un departamento de esos lindos que se ofrecen a precios irrisorios para los locales en Airbnb. Pero elegí pensar que qué suerte tengo que, a mis 26 años, tengo un papá que me quiere tanto y que tiene una casa grande y ganas de recibirme no solo a mí, sino también a mi pareja y a nuestro gato. Muchas veces, la fortuna no es más que elegir una forma de mirar. Nunca viví sola, sin padres, en esta ciudad, en este Buenos Aires que se presta para mí en soledad, en mi casa, con mis plantas, velas y horarios. ¿Cómo puedo decir que vuelvo, entonces, si nunca estuve, así, acá?
Es que no hay forma de volver, me repito, porque incluso eso que quisiéramos recuperar y repetir tal cual ya se nos escapó de las manos. Entonces aparece una palabra: retomar. Hace más de cuatro años tomé una decisión completamente inconsciente: vivir lejos, ser siempre la extraña, dividir el corazón en continentes, extrañar las medialunas de Argentina, el tapeo español, los horarios asiáticos.
Sin embargo, las personas. Los consejos de papá, las caricias de mamá, los abrazos de mi hermana G., los mates lavados con N.. El pulso que pide la soledad arrastrada por caminos sin nombre de países infinitos. Después de todo, si tengo cierto rechazo que todavía no soy capaz de vislumbrar a la palabra volver, es porque a mí me fascina el paso del tiempo. No de gustarme, sino de maravillarme. Cómo las cosas son capaces de transformarse constantemente y cambiar y morir sin detenerse. Porque es así. Nada se detiene. Y si nada se tiene, nunca hay sitio al que volver.
Pero si hay relaciones, convivencias, historias que podemos retomar, tal vez, después de todo, haya espacios que visitar una vez más.
Y si pienso en que vuelvo a las personas, entonces, volver no está tan mal.
Porque no debe existir fortuna más grande en la que vida que tener personas a las que volver, una y otra vez, hasta que el universo se acabe.
¿Te persiguen preguntan sin respuestas? Compártelas anónimamente para responderlas juntas.
No puedo creer como este texto no tiene más "me gusta" y comentarios.
Es sencillamente una obra de arte.
Es profundo, está bien redactado, es corto y sobretodas las cosas toca fibras internas aunque mi vida y la tuya no se parezcan en nada.
Pero hubo un párrafo que leí con fervor, uno en dónde decís que cambiamos y morimos miles de veces. Qué absurdo no entenderlo antes.
No poder ver que en esos momentos donde no nos encontramos en lo que somos porque queremos ser lo que eramos antes, es porque ese ayer ya no está en nuestras manos. Se diluyó como lo hacen todos los días a las 23:59.
Pero siempre hay personas a nuestro alrededor a las cuales volver. Como también decís. Aunque ya no sean las mismas, el lazo que nos une a ellas, sigue ahí, como en el primer encuentro.
Un aplauso a tus textos.
Ojalá y tener el privilegio de que puedas leer alguno de los míos.
Gracias por esto, no dejes de escribir ❤️👏🏼🥹
¡¡¡¡¡Qué precioso!!!!! Gracias por abrirte y por tocar el corazón. ♥️