🪷 diario de noviembre, desde Malasia
Un compendio sobre cosas que aprendÃ, descubrà y atesoré en este tiempo.
Esta es una nueva entrega sobre cosas a las que les presté atención durante noviembre y se quedaron activas en mi mente o corazón.
Al final de esta edición, hay una sección: ideas para preguntas sin respuesta, una sección en la que navego una pregunta compartida anónimamente por alguien de la comunidad. Comparte tu pregunta en este enlace y estate atenta a las próximas ediciones para encontrarla.
1. D. dice que esta ciudad es una ciudad dormitorio. Si tenés suerte, te sentÃs cómodo, pero no venÃs nada que más que por obligación. No es un lugar al que elegÃs venir si buscas diversión, luz, entretenimiento o sumar vida a la vida, y tiene razón. Es una ciudad dormitorio de esos en los que te toca estar cuando no podés elegir.
2. Este es el lugar más feo en el que nos alojamos por tanto tiempo (más de un mes) desde que empezamos a viajar. No es feo de fealdad, sino incómodo, sucio por momentos y para nada acogedor. Por suerte tenemos la mejor habitación, pero eso no nos hizo inmunes a las cucarachas bebés y a los ruidos del de la habitación de al lado. El lugar es raro, la gente que vive acá es rara. Tal vez ellos lo piensen de nosotros, pero me da la sensación de que es un lugar al que viene gente bastante infeliz. Como esos apartamentos para recién divorciados que salen en las pelÃculas de Estados Unidos. Convivimos con un asiático que no vemos prácticamente nunca, pero no me cae bien. Su habitación queda justo abajo de la nuestra y un dÃa nos despertó a las 3 de la mañana hablando con sus amigos, y yo pensé que estaba soñando porque el ruido salÃa de mi almohada. El otro, también del piso de abajo, está solo porque su novia se volvió a Rumania y de vez en cuando cruzamos palabras, lo que pasa es que fuma demasiado y todo queda lleno de olor a marihuana. Al lado nuestro tenemos un chico que no se baña (o si lo hace, no lava la ropa, nunca, jamás, y está comprobado) que también nos despertó un dÃa por jugar al LOL. Tuve que ir a pedirle que por favor bajara la voz. El del otro lado de la habitación un dÃa nos regaló dos naranjas, pero, antes de eso, el dÃa que llegó, nos dijo que tenÃamos que darle nuestro escritorio (sÃ, el que armamos nosotros cuando llegamos) porque, según la dueña, le correspondÃa a él. Tuvimos un intercambio y lo superamos. Entiendo que con las naranjas quiso firmar un tratado de paz. Ese también fuma, por lo que el 2x2 de espacio compartido que nos une y el baño están siempre llenos de olores que no recomiendo ni deseo a mi peor enemigo. Esa mezcla entre ropa que no se lava hace mucho, el olor corporal de vivir en una ciudad con temperatura promedio de 30º grados, perfume barato y cigarrillo apelmazado. Asà y todo, sobrevivimos y fuimos felices. Escapamos de nuestro dormitorio al coworking o a la piscina cada vez que podemos y acá solo cocinamos a la noche y dormimos. Por suerte, tenemos lugares a los que escapar por un rato.
Si estás cansada de vivir insatisfecha y con la sensación de que tiene que haber algo más, igual es momento de dejar de escapar constantemente y construir una vida de la que no quieras huir cada vez que puedas. Revisa Qué más es posible, mi programa 1:1 para pasar de una vida MEH a una vida WOW.
3. La chica del housesitting de fin de año me dijo que ya nos está preparando guantes, gorros, camperas que pidió a sus amigas para nosotros. Ella dice que me deja la que usa, que es hasta -40 grados. Uno nunca imagina usar ropa de desconocidos hasta que viaja con housesitting. Si duermo en sus camas, uso sus sábanas, toallas, cafeteras, me siento en sus sillones, cuido a sus perros, ¿cuál es la diferencia con compartir un abrigo? Compartimos almohadas con desconocidos cuando dormimos en hoteles, pero creemos que están desinfectadas o limpias. ¿Por qué después nos da tanto asco compartir desde la intimidad?
4. El otro dÃa, mientras esperábamos el metro, un chico me sonrÃo muy descaradamente. En Argentina serÃa otra cosa, piensa uno, pero acá es imposible enojarse. Ellos miran, miran mucho y sin disimulo, pero es imposible saber sus intenciones más que suponerlas desde el prejuicio propio. El mundo que nos instruyó es tan distinto que hasta suponer es un pecado.
5. Conocimos a Carol, una señora de Canadá de 74 años que viaja hace más de 25. Ahora somos amigas en Facebook y leo los diarios que sube cada dÃa. Dice que es la única condición que le puso su marido para que siguiera viajando sola, porque él ya se cansó. Que le cuente lo que hace cada dÃa y donde está. Que le cuente de su vida. Que le cuente su rutina. No quiere perderse ni un segundo de ella. Ain’t done travelling yet babe, so you gotta wait for me, le contestó ella, cuando él le dijo que ya está, que se habÃa cansado, que no querÃa viajar más. Y después estamos nosotros, los jóvenes, dejando de hacer algo que queremos porque no tenemos quién nos acompañe.
6. Ya tengo la palabra que me va a acompañar en 2024. No la elegÃ, no creo tener tanta soberbia. Un dÃa estaba escribiendo y me vino. Vino y supe que era esa. Hay cosas que se saben. El año pasado me pasó lo mismo, llegó y me hice cargo a pesar de creer que no iba a poder sostenerlo. Este año siento lo mismo. El desafÃo parece demasiado grande, mis ganas también, pero las piernas tal vez no me den para subir la montaña. Me tranquilizo cuando recuerdo que el año pasado me sentà igual. No quiere decir que esta vez también pueda, pero, al menos, sé que voy a llegar al otro lado.
¿Quién voy a ser cuando deje de ser la que los demás creen que soy?
Esta es una respuesta anónima que me compartió una de ustedes en este formulario. Sentite libre de compartir la pregunta que te está persiguiendo estos dÃas para intentar encontrar una de las tantas respuestas posibles en la próxima edición.
Crearse máscaras es moneda corriente. Lo hacemos todos y las vamos cambiando según el lugar en el que estemos. De lo contrario, vivir siendo todo, todo el tiempo 100% auténticos podrÃa terminar por matar la propia autenticidad, de tanto confrontar constantemente. Hay mucha idea de que las máscaras son malas o son para esconder algo que no nos gusta o avergüenza. A mà me gusta pensar que, a pesar de que existen casos asÃ, a veces es cuestión de practicidad y humildad. ¿Cuándo creÃmos que poner nuestra autenticidad por encima de la convivencia con otros es la mejor forma de estar en el mundo? No siempre se puede elegir con quién estar. No siempre nos llevamos bien con nuestros padres, no siempre nos caen bien nuestros hermanos. En estos casos, bregar por nuestra autenticidad al palo puede ser hasta extremo para algunos. ¿Es necesario cortar vÃnculos porque no hay lugar para todo y tal cual somos?
Ya lo dije hace unos dÃas: el problema de las máscaras es que, a veces, las usamos por tanto tiempo que se nos pegan a la piel, y lo que queda debajo, si es que sabemos qué es, se tiñe del plástico viejo y amarillento, con agujeros ya sin color. Y, para peor, cuando usamos máscaras que no elegimos y nos dio alguien más, los lÃmites están difusos, se confunde la propia sustancia con la materia que se desprende de lo ajeno, de ese cuerpo extraño que tomamos, queriendo o no, como propio.
Nadie, ni siquiera uno mismo, puede responder a esta pregunta. Eso es lo más duro y lo más maravilloso a la vez: que no hay forma de saber lo que hay detrás de la máscara sin sacártela, dejar que el cuerpo (y el corazón) se airee y empezar a quitar, con mucha paciencia, los restos de plásticos para empezar a ver la verdadera piel. No hace falta saber quién vamos a ser para sab
er que no somos ni seremos lo que los demás creen ahora, lo que la máscara que tenemos puesta indica. Saber lo que no somos ni queremos ser es un primer gran paso para descubrir lo que sÃ, pero, para eso, no hay otra más que des-cubriendo, quitando el velo, accionando. Más miedo que no saber quiénes seremos cuando nos saquemos la máscara tiene que darnos seguir viviendo sin saber, precisamente, quién serÃamos sin pensar en lo que los demás creen de nosotros. Al final del dÃa, sus creencias son suyas, y hablan de su forma de ver el mundo y no de tu forma de estar en él.
Nos encontramos en unas semanas,
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