🪄SEPTIEMBRE🪄 ¿Qué más es posible?
Edición gratuita y abierta, Humans in the making
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Es 2016, encuentro por Facebook un taller de escritura cerca de casa. No puedo no ir. Quien viva alejada de los centros neurálgicos de su ciudad o del centro me va a entender. Una vez que hay algo cerca, hay que aprovechar la ocasión. Es un taller de escritura que dicta S. donde conozco a Andrea.
El evento es en la Casa de las Poetas, lugar en el que descubro que los escritores son personas y que las personas ordinarias podemos, efectivamente, sentarnos a escribir.
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Es 2017 y vuelvo a la Casa de las Poetas pero a tomar clases de yoga, casi personalizadas. Después de casi 2 años y después de la primera vez en la que consigo practicar yoga con constancia y disfrute, cierro esa etapa yéndome a vivir a Madrid, y le agradezco a Y., la hermana de S., por el camino.
No por las clases y el aprendizaje, sino por habilitarme a conectarme con mi corporalidad.
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Junio de 2019. Es mi tercer mes viviendo en Madrid, recién cobré mi primer salario a medias y perdiendo el tiempo en Instagram veo que quienes un día fueron mi profesora de yoga (Y.), mi profesora de escritura (S.) y mi terapeuta floral (S2.), junto con otras varias mujeres que no conozco, proponen un retiro de yoga y escritura justo aquí, en Madrid, a 30 minutos del centro de la ciudad. Yoga y escritura, escritura y yoga, me parece una oportunidad fantástica para empezar a conocer personas en esta ciudad que ahora es mi casa, aunque la mala suerte de no tener amigos en un solo grupo de Argentina me haya soltado ni bien pisé este país. Ya tengo un grupo de amigos con el que cantar karaokes, salir a bailar y juntarnos a tomar cerveza y mirar videos de YouTube, pero no tengo amigas para hablar de escritura y juntarnos a escribir. Y yo vine a Madrid porque quería tener más tiempo para estar entre palabras.
Le hablo a las chicas, me pasan la información y veo lo que esperaba: un precio que, con un incipiente trabajo de medio tiempo y menos de un trimestre de extranjera, no puedo afrontar. Podría regalármelo para mi cumpleaños, que es un mes después del retiro, pero la culpa y los deberías (o no) terminan por inclinar la respuesta obvia desde el minuto uno. Gracias por la información, pero no puedo permitirme acceder en este momento. No sin vergüenza por admitir la escasez económica frente a un otro, porque decir (o escribir) las cosas a viva voz es volverlas real, darles un lugar, contesto y me consuelo. Ya va a llegar el momento en el que pueda, pienso. Días más tarde, S. me vuelve a hablar y me dice que hay un lugar disponible para aquellas personas que quieran ir, pero no pueden acceder al costo total. Pagaría una suma bastante reducida, menos del 50%, con la condición de ayudar en la organización y gestión del evento: servir o limpiar desayunos, preparar las salas para los encuentros, estar atenta a cuando necesiten una mano.
Una mano es lo que yo tenía que tenderles a ellas, pero, más de 4 años después, entiendo que esa mano era, en realidad, una forma de decirme que habría muchas manos más que se me tenderían a mí.
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Es un fin de semana de muchas primeras veces. Primera vez que voy a un retiro/ evento de más de un día sola, que voy como voluntaria y que voy a participar del detrás de escena, que me tomo un tren sola en este país. Llego pasado el mediodía, unas horas más tarde que el resto de las participantes. Me parecía mucho pedir un día libre en el trabajo para ir a un retiro de yoga a un mes de haber empezado. Sara, la misma mujer que me invitó a venir como voluntaria, me va a buscar a la estación de tren, porque no hay forma de llegar a la ecoaldea sin coche. En el retiro está justo terminando el taller de Sol, la S. que empezó todo esto, mi primera profesora de escritura. Las palabras como recursos para reconocer los hilos, los tejidos. Tengo flashes del momento con elementos color rojo, se me viene a la mente la palabra pasión, pero no recuerdo más nada. Termina el taller y saludo a las que conozco, ellas me presentan al resto de las facilitadoras del retiro: Solange, Marina y varias más.
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Son 2 días en los que no entiendo nada, pero entiendo todo. Días en los que conozco a quien terminará siendo una de mis grandes amigas de Madrid, a otra mujer con la que hablaré cada vez más en 2023; días en los que conozco a personas que admiro desde hace tiempo por sus escritos en Internet y ni siquiera lo sabía, días en los que descubro que hay un mundo al que puede que pertenezca y ni siquiera sabía que existía: un mundo en el que las palabras importan, los diarios importan, los procesos importan.
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Es sábado a la noche, hace un rato fue el taller más fuerte hasta el momento. Hablé y dije cosas que nunca pensé que sería ni capaz ni valiente de decir en voz alta, a viva voz, de volverlas reales. Pero lo dije y puedo ver como la Candelaria del futuro se vuelve más liviana, más transparente, más etérea. Ahora este peso sigue siendo mío pero es compartido, está alquimizado por el fuego de la vela con la que decidí quemarlo para que deje de quemarme por dentro. Terminamos el taller y nos quedamos varias charlando y compartiendo en el comedor. Las chicas de la ecoaldea cantan y bailan afuera. Adentro,
Solange se tatúa: quedarse,
Olga me comparte lo que escribió ese día,
Marta me invita a hablar en la mesa en la que también está C., una de las viajeras que admiro y que nunca pensé que conocería en persona.
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Es domingo, último día del retiro. Las que ya tienen libros o fanzines publicados comparten, venden, firman, intercambian. Mientras, hablo con Sol. Le cuento de mi nueva vida en Madrid, de lo mucho que me gustó el retiro, de sus planes de viaje por Europa con sus amigas, de la escritura, de lo que disfruté leer su primer libro, de lo mucho que espero el segundo. Me doy cuenta de que estoy hablando con una escritora, con una escritora de verdad. No me doy cuenta de que esa conversación es el martillo que empieza a romper un iceberg de creencias sobre la vida como lienzo, sobre la autonomía para decidir cómo y qué se quiere vivir. Las veo a ellas, a S, a C, a S, a Y, a M, tan adultas, tan dueñas de sí mismas, tan… gran-diosas.
Termina la conversación, no sé a dónde me voy, pero hay algo en mí que se queda como una flecha clavada. Una palabra, dos significados. Un mundo de posibilidades.
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Es 2020 y estoy por vivir uno de mis recuerdos favoritos de Madrid con mi amiga Andrea. Es viernes por la tarde y las dos tenemos la noche libre, así que decidimos juntarnos a cenar. 20:30 en el Café de Ratas. Voy caminando hasta ahí, no hace frío ni calor, apenas tengo una chaqueta y queda a menos de 15 minutos de casa. Voy sola, sin escuchar nada, porque ese día tengo más ganas que otros de escuchar Madrid. Llego al pasaje y ya se escucha la música, se ven los cambios de luces, los murmullos, los grupos de amigos fumando en la puerta. Entro y ella ya me está esperando con cerveza en nuestra mesa de banquetes. La abrazo y está calentita. Pasan 4 horas de charlar y tomar alcohol y nos vamos a dormir. Vuelvo caminando, ahora siento un poco más de frío pero no me importa, me despierta del ensañamiento que me dejan las pintas. Hay viento y hace que me empiece a caer agua de la nariz.
Siento que acabo de vivir una noche que voy recordar para siempre, una noche pegajosa, que no hay forma de sacarse de encima. Siento que eso es lo que vine a buscar a Madrid. Esta es la vida que quiero permitirme vivir.
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2021, 11 días después de haber pasado el cuarto de siglo, la flecha sigue ahí. Decido que hay que hacer algo al respecto.
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2023. 21 días después de haber entrado al club de los 27, le hablo a Marina, una de esas escritoras a las que admiraba y no sabía que conocería, ni siquiera imaginaba que existiese en el mismo mundo que yo. Me atrevo, me habilito, le hago una propuesta. Dice que sí.
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2023, 7 días después de la charla con Marina.
Nos vamos 5 días de vacaciones a Sídney y estamos eligiendo las cosas que queremos ver. D. tiene que trabajar para el hotel en el que nos vamos a quedar, así que la agenda no está tan cargada. Nunca está tan cargada como pienso que debería o como la gente piensa que debería. Menos pero mejor. Menos pero mejor, me repito como un mantra para mis adentros cuando pienso en que hay cosas que estoy eligiendo dejar pasar aún creyendo que nunca voy a volver a visitar este lugar.
Sabemos que queremos conocer la Ópera de Sídney, así que entro a la web para ver qué opciones hay. Estamos dispuestos a pagar una entrada para verlo desde adentro. El tour de 1 hora sale 43 dólares por persona. 43 dólares por persona para que, supongo, te cuenten sobre la arquitectura, algún dato curioso y poco más. 43 dólares para ver un sitio que no está hecho para ser visto, sino utilizado, y sacar fotos. Pienso que no puede ser, que no vamos hasta Sídney para conocer lo más famoso de la ciudad gastando 100 dólares para hacer un recorrido. Tiene que haber algo más.
Sigo navegando la web y entro a la sección de conciertos. Hay muchos, algunos en la sala principal y otros muchos más en otras. Filtro para ver solo los de la sala principal, el Concert Hall, total, qué más da, estoy viendo y no tengo que pagar por ver desde la web, ni siquiera pago el Internet porque estoy en una casa prestada. Bethoven’s Pastoral Symphony, veo que se llama un concierto, y como es el único artista que conozco de todos los que están en la lista, entro. Descubro que puedo ser parte de lo que pensé que no me correspondía. Descubro que podemos acceder al valor de un concierto sobre piezas de Bethoven. Descubro que puedo pertenecer a espacios y lugares que nunca creí a los que tendría ticket de acceso… solo porque me habilité a ver qué había más allá.
El concierto es increíble. Las lágrimas se acumulan en los ojos, no sé bien porqué: si por lo magnífico del concierto o porque estoy ahí, donde hasta hace 5 días no existía la posibilidad.
El concierto es maravilloso. Tiene un pianista invitado. Es español.
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2023, 28 días después de hablarle a Marina.
Le hablo a mi amiga Solange, aquella que conocí en el retiro, para decirle que estoy ansiosa por la aprobación a la formación en Escritura Terapéutica. Me responde tranquila, como siempre, pero los audios no alcanzan. De alguna manera, necesita graficar. Y no sé cómo llega, pero ahí está. Estoy alquimizando lo que acabo de compartir y liberar en ese taller, ese sábado por la noche en el que hubo llanto, fuego, grietas, gritos. Ese sábado en el que empecé a vivir acá, acá donde viven las personas que se sienten vivas.
Me encanta y le pido que me la envíe en alta calidad.
La primera versión estaba cortada. Me pasa la foto completa.
Quien está en frente mío es Marina. De alguna extraña manera, su figura me sostiene y acompaña desde 2019.
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Descubro que Marina y este viaje tienen muchas cosas en común. Siempre estuvieron aunque ni ellos ni yo lo supiésemos. Siempre estuvieron y ahora están para empujarme a habilitarme. A descubrir qué más es posible. A entender que lo posible es lo que somos capaces de vislumbrar para nosotros. A impulsarnos a adueñarnos de las historias y las posibilidades que queremos volver propias.
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Soy una persona de procesos lentos, le digo a M. en la videollamada de este mes. Para nada, me retruca. Mi diagnóstico de altas capacidades le daría la razón a ella. Me río porque no sé qué decir, dejo que el silencio entre. Entiendo que la lentitud es necesaria para ciertas cosas. Como para conseguir un buen vino. Hay que darle tiempo y dejarlo macerar. Así resulto ser con todo. Con las ideas, con los valores, con las decisiones. Dejo que el miedo se canse de asustarme y elija otro foco en el que detenerme. Sé bien lo que quiero pero dejo que las cosas sucedan por sí solas, que se caigan por el abismo de la inevitable.
Aquel tatuaje de 2021 se convierte, o sale a la luz, como mi leitmotiv.
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Hace algunos días, cuando les pregunté a ustedes para qué usaban la imaginación, la pregunta de qué más es posible quedó casi vacía. Vacío = ausencia. O posibilidad. La única respuesta: todo lo que puedas imaginar. Estamos en un círculo ad infinitum. Todo vuelve a empezar. No las puedo citar porque son anónimas. Pero sepan, queridas humanas, que en ustedes cabe un mundo.
Asumiendo el vínculo con nuestra propia vida es como construimos los lugares que habitamos.
He imaginado tantas vidas como las que he tenido. No me quejo de la que tengo hoy, también porque me permite imaginarme, constantemente, las que tendré.
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Me pregunto cuántas vidas más son posibles, cuántos hilos se estarán tejiendo sin que me dé cuenta. Y dentro de unos años tendré una nueva cronología que contar.
Otras miradas
Las citas, de Lava no arde, un libro de la famosa Marina, que llegó a mí cuando yo todavía no sabía que Maitena Caimán era Marina. Me enteré en aquel retiro. Lamento deciros que creo que ya no está disponible, pero encontré que uno de sus últimos, Diario de Italia, sí lo está. Y es precioso.
Una de las películas que mejor ilustran la capacidad de acercarse al futuro confiando en que algo más, aunque no sepamos qué, es posible. Solo hay que dar el paso.
El proyecto de mi amiga María Vañó, que me hizo acordar que, una vez, yo también me obsesioné con ver lo que crece.
Actitud para dejarnos ver qué más es posible
Vivamos este mes con los ojos de quien sabe que puede habilitarse a vivir la vida que, de algún modo, sabemos que nos pertenece.
Gracias por la compañía un mes más,
Candelaria
Totalmente in love con todos estos recuerdos y sincros mágicas <3