Humana anónima se desahoga:
Hace unos días leí un tuit en donde una chica expresaba un tipo de dolor particular que tenía que ver con no ser nunca la elegída. El nunca ser la primera opción ni la favorita de nadie, es sensación de saber que te quieren pero quieren más a otra persona y la verdad nunca me sentí tan identificada. Se que me estoy perdiendo de un montón de cosas hermosas por no poder vivirlas y me angustia. Siempre fui "la chica buena" pero no lo suficientemente buena para ser elegida, y a esta altura, me reconforta y al mismo tiempo me duele el conformarme con ser feliz observando como si eligen a los demás.
Cuando era chica vivía con la certeza de que ocupaba ese lugar: el de la no elegida. Era la que quedaba última en los equipos del colegio porque era tímida y no me gustaba correr. Mis primos jugaban siempre entre ellos y yo quedaba afuera porque me daba miedo el campo todo oscuro o treparme a los árboles para que no me atraparan. No tuve mejor amiga que me pusiera el título de forma recíproca. No fui la elegida en la secundaria, no fui la elegida en talleres de escritura, no fui la elegida en, prácticamente, el 95% de los trabajos a los que me postulé y me entrevistaron. Crecí con la sensación de que no merecía ser elegida para nada, que mi plato de comida siempre estaría compuesto por las migajas de los demás.
Meses después de haber terminado la carrera me fui a vivir a Madrid y la ciudad me recibió con los brazos como los tenía: medio abiertos, ya cansados de tanta gente, con un gesto claro de indiferencia. De repente, no ser la elegida, no ser la persona vista para algo o alguien, empezó a tener un gustito más rico. El amargor que identificaba en el corazón cada vez que me enfrentaba a ser, una vez más, la que sobraba, la que estaba de más, empezó a no ser el sabor principal, tan solo un regustillo final. Como un vino que te deja un toque seco en la boca después de tragarlo.
Madrid, esa ciudad despiadada a la que no le importa nadie porque ella existe por sí misma, me enseñó que no ser nunca la favorita de nadie era estúpidamente liberador, y que eso, a mí, sorprendentemente, me gustaba. Nunca fui de ese grupo de personas que cree en la incondicionalidad de las cosas: me parece pedir demasiado, a las personas, a las parejas, las amigas, incluso a las cosas. Madrid y 4 años de sus calles llenas de desconocidos, de nacionalidades inconexas, de estilos que no se entienden pero consiguen hablar alto, de no ser nunca la elegida porque en realidad nadie lo es, solo ella. Ella ciudad, ella a la que todos quieren ir, en la que todos quieren vivir pagando alquileres irrisorios por 20 metros cuadrados que, a gatas, te permiten tener una mesa, unas sillas y una cama fueron suficiente para entender algunas gemas que el tiempo, la escritura y los cafés en Lavapiés en solitario me ayudaron a masterizar: nadie va a elegirme si no me elijo yo.
Saliendo de todo cliché posible, sentirnos elegidas es una sensación, primero y sobre todo, personal. Porque sí, hay cientos, miles, millones de personas en el mundo queriendo lo mismo que queremos nosotras: un amor sincero, divertido y liviano como pluma; una carrera a lo Carrie Bradshaw en lo que sea que nos guste; un grupo de amigas como el de Valeria, vacaciones de verano sin horarios de trabajo que entorpezcan la rutina, una casa que nos aloje, nos cobije, nos haga sentir hogar dentro de 4 pareces frías de cemento.
Años de vida me costó descubrir cuál era la venda que tenía sobre los ojos y el corazón que me hacía mirar siempre el vaso de los vínculos medo vacío, resquebrajado, con una pérdida irreparable, sin importar cuanta cinta, pegamento o masa se le ponga. Siempre pensé, como vos, humana desahogándote, que siempre, siempre, elegían a otras personas antes que a mí, pero ¿alguna vez te pusiste a pensar cuánto te elegís vos?
¿Cuánto me quiero más que a nada en el mundo?
¿Cuánto soy incondicional para mí?
¿Cuánto me elijo frente a los demás?
¿Yo soy la persona que más quiero en mi mundo?
Sentirse identificada con lo que expresás es fácil, porque yo también soy mujer. Yo también fui criada y diseñada para competir, para ser la única elegida, para ocupar lugar en el que solo hay espacio para una, para mí, alejada de todo, especialmente, de todas. Nunca somos elegidas porque siempre nos va a faltar el último rimmel de moda, el libro sobre experiencia en vínculos, el jugo verde de la mañana y el ascenso en el trabajo.
Madrid no me eligió, nunca me abrió las puertas de sus círculos exclusivos de literatos ni de la gente cool que se junta a cantar en un bar, pero me enseñó el poder de hacerme cargo de mi soberanía, de mi poder sobre mi territorio, y un día, desayunando un pincho de tortilla en el peruano de la esquina de mi casa, me lo dijo claro. Usó unos ojos color almendra y una boca bien rosa que, sin ningún tipo de reparo, lanzó la flecha: Yo voy contigo a donde vayas.
Madrid me miró a los ojos y me preguntó, sin piedad, si iba a dejar de mirar todos esos huecos y cicatrices que existieron de ser una más del montón para permitirme, una vez, ser elegida, porque habilitarnos a ser elegidas es un acto de rendición absoluta ante la verdad más grande de esto que nadie entiende: la vida es un sinsentido y, dentro de unos años, no vamos a ser mucho más que átomos.
Entonces me permití mirar de frente todos esos lugares en donde estaban mis amigos eligiéndome para aconsejarlos, para cuidar de sus perros mientras ellos se tenían que dejar cuidar en la UCI; de Micaela, aquella amiga que conocí en la playa y me regaló su pulsera y nunca más volví a ver; en mi amiga L., que me eligió como su confidente en un mar de desconocidos; en la primera empresa que me contrató para que escriba pagándome 0,018 dólares la palabra; en D., que vio algo en mí tan especial (aún intento descifrar qué, pero no se lo cuenten) como para decidir que mis brazos eran el sitio en el que quería desarmarse. Podría seguir: alguien me eligió para que sea parte del grupo selecto de personas que tienen casa, que probablemente vayan a tener una herencia, que tienen un cuerpo sano, que tienen la bendita posibilidad (y castigo a veces, seamos honestas) de elegir qué hacer con su vida, dónde vivir, qué comer.
¿Para quién quiero ser la chica buena si no me elijo? ¿Qué es ser la chica buena? ¿Se es buena según qué, según quién? ¿Cómo es ser buena para mí? ¿Y si me elijo para ser suficiente?
Ser tu persona elegida no hace que te sientas elegida por los demás, pero sí por la persona que nunca te va a abandonar. Te permite habilitarte tus propias elecciones. No quedarte en lugares donde, efectivamente, no te eligen. Habitar las preguntas que aparecen a partir de creer que tienen que elegirte de una determinada manera. Indagar qué significa que te elijan, qué significa, para vos, sin darte cuenta, ser la elegida.
Madrid me enseñó muchas cosas, pero la primera y fundacional de la persona en la que me convertí después de 4 años perdiéndome en sus calles, aprendiendo a servir el café frío y cansándome en sus escaleras es que disfrutar viene cuando nos rendimos y elegimos aceptarlo todo: quienes nos eligen, quienes no; el rechazo, el amor, el dolor, el tiempo. Nada nos pertenece tanto como nuestras propias elecciones, y nunca habrá forma de saber si, en su corazón, ese otro, ese objetosujeto, como me gusta llamarles, nos eligió. Nunca sabremos cuáles son las heridas que hacen que seamos elegidas o no. Nunca sabremos, ni siquiera, qué es lo que los otros ven de nosotros… para elegirnos.
Madrid tiene esas escaleras espiral que van hacia arriba y hacia abajo de sus librerías, bares y restaurantes. En El Ventebeo te llevan a los baños, en La Central al salón de las agendas y cuadernos; en La Esperanza, al salón de cumpleaños privados, donde festejé los primeros 20 tantos, ya no me acuerdo cuáles exactamente, de mi vida en esa ciudad. No vas precisamente hacia arriba o hacia abajo, sino que te movés adentro de un laberinto. No hay niveles tanto como elecciones de dónde querés estar: ¿al lado del baño?, ¿en la mesa comunitaria con luces bajas?, ¿o en el piso de diarios y crónicas?
En La Virgen de Agosto, una de mis películas favoritas, que resultó ser también de las preferidas de D., el personaje principal camina por el puente de los suicidas, un viaducto madrileño testigo de varias muertes, hoy rodeado de mamparas de acrílico, para evitar tener que acudir a nuevos juicios. Nunca viví a más de 15 minutos caminando del viaducto, pero no lo visité hasta 2021, año en el que decidimos que dejaríamos la ciudad. Una noche de primavera, caminando con quien terminaría siendo mi compañero de vida, cruzamos el puente tomando un helado a medianoche, y entendí, finalmente entendí, que no lo había cruzado antes porque no me había elegido a mí como la protagonista de mi película favorita.
Porque, después de todo, no se trata de que nos elijan ellos, sino de cambiar el foco de deseo, de ser nosotras ese objeto que nos elige y nos permite ser elegidas por otros. Ellos no son más que un espejo de la falta, del vacío que está adentro.
Para sentirte elegida, necesitas elegirme.
🦋 Episodio imperfecto: todas las veces que no me elegí
Contame si te sirven estos consejos, y no te olvides de compartir tu pregunta, duda, frase, desahogo, para que lo conversemos en octubre.
🪐Y si querés que te acompañe, de la mano de la escritura, a cambiar tu relación con vos y aprender a elegirte, hablame. Vamos a encontrar juntas el espacio ideal para vos.
Te quiero, y nos vemos en la próxima edición,
¿Te persiguen preguntan sin respuestas? Compártelas anónimamente para responderlas juntas.
Y también recordar que nosotras también elegimos a las personas. Alguien se siente elegido o elegida por mí.