Este es un diario de una serie dentro de la que suscripción paga que llamé (just a) human in somewhere. Esta primera edición, sobre mi viaje por Corea del Sur, es gratuita, así que, si te gusta, te invito que compartas un fragmento en tus historias (o en tus notes de Substack, por qué no) como forma de retribución. Si quieres involucrarte más, considera sumarte a (just a) human, la sección paga con columnas semanales, propuestas de escritura y más. Otra forma de ayudarme es compartirme anónimamente una pregunta que te esté volando la mente durante estos días.
Llegamos a Seúl unos días antes de que empezara el housesitting que tenemos planeado desde mayo. 3 semanas en la ciudad del k-pop, BTS y el skincare. Desde ese momento pienso que voy a conocer a la verdadera Corea cuando lleguemos, pero el tiempo, el tiempo que viene después, no me da la razón. You lived the traditional and real Korea, me dicen unas chicas coreanas que conozco en un tour en Vietnam, y sé pocas cosas en la vida, pero estoy segura de que están en lo correcto. Seúl es hermoso y extravagante y divertido y abrumador, pero los primeros días no lo fue para nosotros. Llegamos cansados de movernos cada 3 días con mucha ropa de invierno encima y, para colmo, el alojamiento es asqueroso. Es la primera vez, en un año de viaje, que nos toca un lugar en el que no se puede estar. Es uno de esos supuestos hoteles cápsulas tan conocidos en Corea y Japón a los que la gente va a dormir incluso durante el día, y, obviamente, queríamos probar la experiencia. Resulta ser que es el más sucio, desordenado y asqueroso de todo Corea, imagino. No hay empleados, por lo que los check out y check in suceden agarrando una llave al azar de una caja e ingresando a la “cama”, sin que, por supuesto, nadie la limpie entre cliente y cliente. El sitio es un bajo lleno de estas cápsulas y, entre ellas, hay pilas de sábanas y almohadas sucias, evidentemente usadas y desechadas. Hoy, no sé si es mala suerte o continuidad, casi no queda nada limpio. Nos miramos con decepción e intentamos hacer de tripas corazón. Ya pagamos 3 noches. Buscamos las dos cápsulas más decentes que encontramos, ponemos las 2 últimas sábanas “limpias”, unas almohadillas y ahí nos quedamos. Tiesos. Nos vamos un rato a trabajar a un café, porque el lugar tiene un espacio de videojuego y un escritorio grande, pero todo está lleno de polvo, pelos, y latas de gaseosa vacías. Al rato volvemos y vamos al baño, momento en el que sabemos que no vamos a durar mucho más en el lugar, pero preferimos no decir nada. No voy a describir la imagen porque es hacerles daño. Nos vamos a dormir. Yo me despierto a las 2 am porque el colchón no es un colchón ni una colchoneta sino una feta de jamón, y D. se despierta unas horas más tarde. Para cuando eso sucede, yo ya le hablé al soporte de Airbnb para enviar las fotos del lugar y pedir un reembolso. Inculso te cobran la limpieza estos hijos de puta, me dice D. cuando me viene a buscar. Decidimos reservar otro hotel sin esperar a que aprueben la devolución porque preferimos perder 30 dólares a estar 2 días gastando en cafés por no querer estar acá, y, al rato, se comunican con nosotros. Las fotos, entiendo que especialmente las del baño, bastan para que nos aprueben el reembolso total. En el medio, la dueña de Archie, el perrito, nos dice que tiene covid, así que tenemos que ir un día después a su casa. Así empieza nuestra estadía en Seúl. Así, con lluvia ininterrumpida durante dos días seguidos y con la primera nevada la mañana en que nos íbamos al housesitting.
El día anterior a instalarnos en la casa de Rebecca, el día anterior a la primera nevada de todas las que seguirían, aprovechando que no podíamos ir a su casa, decidimos hacer la excursión a la que más ganas le teníamos. Lleva todo el día, así que nos parece una buen opción hacerla antes de estar al cuidado de un perro que nos necesita.
La suerte es siempre una cuestión de perspectiva. En esta ocasión podríamos decir que tuvimos una de esas desgracias no tan malas. El día que reservamos el tour nos enteramos que solo una de las dos partes, la DMZ, está abierta. La JSA (que hay tours para hacer con o sin ella) está cerrada. Ya en situación nuestra guía nos va a contar que el julio pasado, a un buen hombre, soldado estadounidense, se le ocurrió agarrarse a las piñas con un soldado norcoreano. Lo llevaron hasta el aeropuerto más cercano para deportarlo a Estados Unidos, y consiguió escaparse, colarse en un tour al JSA al día siguiente y cruzar la frontera corriendo, lo que es lo mismo que querer morir. Esta es la zona más militarizada del mundo (aunque el nombre sea zona desmilitarizada, ja, la ironía), y tiene militares de la ONU, Estados Unidos y Corea del Norte. El señor estuvo prófugo en el norte hasta octubre, que lo encontraron y lo deportaron a Estados Unidos finalmente. Podríamos decir que tuvimos mala suerte porque, desde este episodio en julio, la JSA, la parte del tour en la que vas a ver los salones donde se juntan los presidentes, esos cuartos que están construidos justo sobre la frontera, y de un lado están los norcoreanos y del otro los surcoreanos y todos los presidentes aliados, como Trump en su día que, de hecho, fue el primer presidente en la historia desde la separación de Corea en cruzar la frontera para abrazarse con el entonces presidente de la parte comunista, Kim Jong-un. Podríamos decir, entonces, que tuvimos mala suerte porque un pelotudo tuvo ganas de desafiar a todos y cruzar la frontera más peligrosa del mundo caminando (!, o podríamos decir que, a pesar de eso, pudimos hacer la mitad del tour, porque también podría haber pasado que al señor de cachetes gorditos se le antojara volver a la carga con misiles y reavivar la guerra que ya lleva más de 70 años. Y no, no estoy exagerando, porque ustedes, leyendo esto, podrán cuestionar que, si hace más de 50, 60 años, las dos coreas siguen en “guerra” pero firmaron un tratado provisorio para no matarse más, por qué lo harían ahora, y lo cierto es que, a pesar de, Corea del Norte nunca dejó de provocar al sur, o, lo que es en realidad: molestar a Estados Unidos. De hecho, al momento de escribir estas palabras, un mes después de nuestra visita, se leen noticias de que Corea del Norte quemó y atacó una isla pequeña de Corea del Sur que tuvo que ser desalojada. Regalo de Año Nuevo, dicen.
Jenny, que no se llama Jenny pero eligió ese nombre English, como le dicen ellos, es nuestra guía. En algún momento cuenta que hace más de 15 años trabaja de esto, y este dato podría ser irrelevante, pero no lo es. Quédense con él. Llegamos al punto de encuentro con mucha desilución y mal humor. El día es de esos que se dicen horribles: lluvia, llovizna, nublado, oscuro. No es, precisamente, un clima que beneficie las vistas de una frontera a más de 4 kilómetros de distancia. Mientras, nos resguardamos todo bajo un techo, hasta que llega el bus. A partir de ahora, historia y actualidad.
En 1953 se pactó la división de las dos Coreas, pero no el fin de la guerra, una guerra que, por lo que nos vamos enterando, tiene mucho más que ver con Rusia, China y Estados Unidos que con los propios coreanos. Vamos hacia la zona desmilitarizada, la DMZ, la zona, como dije, en realidad, más militarizada del mundo. Nadie, nadie, a excepción del loco de antes, ha cruzado esa frontera caminando, o eso creemos hasta este momento. La DMZ consiste en una zona de 4 kilómetros alrededor de la frontera, 2 para el norte y 2 para el sur, en donde lo que predomina son casetas militares y campos minados. Hay, efectivamente, algunos pequeños asentamientos de granjeros que eligen vivir acá por la cantidad de dinero que se gana trabajando estas tierras. Ya estamos acostumbrados, dice Jenny, hablando de las amenazas que reciben del norte cada tanto. Solo en 2022 fueron 90. No, no se me escapó un 0.
Hace unos años, sin embargo, la cosa no era tan estricta como ahora, especialmente después del COVID. Hasta 2016, por ejemplo, existía un polo industrial al lado de la DMZ en el norte en el que trabajaban surcoreanos. Equipos militares se encargaban de cruzarlos. Días después, Rebecca, que es profesora, nos cuenta que su escuela junta fondos y medicamentos para la tuberculosis y algunas delegadas se encargan de cruzar. Dicen que tienen mucho problema con esa enfermedad allá, y aunque ella nunca pudo ir todavía, sus amigas le cuentan que nunca, nunca, las dejan solas. Siempre tienen un escolta que las acompaña o, en realidad, las vigila.
Todavía me es muy extraña la sensación de escribir y de haber estado frente a un “allá” tan cercano y tan extraño a la vez, un allá que no parece parecerse a nada de lo que nosotros conocemos o incluso imaginamos como otros “allás”: no existen las líneas de teléfono, la electricidad es poca y por la noche es todo, todo oscuro, las personas que pueden salir del país son contadas con los dedos de la mano igual que las que pueden ingresar. Su Dios máximo es quien fue el creador de la cultura juche, el abuelo del actual mandatario, que se lo conoce como líder supremo. En teoría, para ellos, el respeto, la dignidad y el cuidado del pueblo va siempre por sobre lo individual. Y sobre el pueblo, el líder supremo, evidentemente. Se dice que no saben nada de lo que pasa afuera, inlcuso que tienen una lista de cortes de pelo autorizados. También se dice que la gente se muere, literalmente, de hambre, por inanición.
El polo industrial cerró en 2016 por amenazas hacia la parte del sur y, desde entonces, la frontera se cruza cada vez menos. En la JSA, por ejemplo, la zona que no podemos visitar pero de la que Jenny nos cuenta bastante, los militares de cada parte no pueden cruzar bajo ningún concepto a la otra. Los salones de reuniones tienen propietarios (ONU, Corea del Norte, Estados Unidos), y tienen una línea divisoria por dentro y fuera de la estructura, que marca, justamente, la frontera. Cada soldado de su lado. Se entiende que en Corea del Sur el Servicio Militar sea obligatorio.
Actualmente cerca de 30 mil norcoreanos viven en Corea del Sur. Antes de la pandemia, decía, llegaban aproximadamente 2000 por año, habiendo pagado alrededor de 10 mil dólares por la huida. Ahora, apenas llegan unos 50 cada 12 meses, y la suma subió a los 50, 60 mil USD. La travesía empieza cruzando a nado el río que divide Corea del Norte con China para poder coimear a los militares y que los dejen pasar. Ilegales, por tierra, necesitan cruzar el país para llegar a Tailandia, pasando antes por Laos y Vietnam, también en situación irregular. Tailandia es el país más cerca que tienen en el que los recibe la embajada de Corea del Sur y les dan asistencia. En el medio, prostitución, violaciones, vejaciones de todo tipo. Esto no lo cuenta Jenny, lo cuentan los supervivientes. El sur los recibe, les da asistencia, dinero y alojamiento durante los primeros años para que consignan aclimatarse. Aún así, dicen que el cambio es tan duro que algunos piden volver al norte. No puedo ni siquiera imaginar lo que se debe vivir allá para que lo de aquí abajo se sienta tan ajeno, los haga sentir tan tan diferentes, que prefieran volver a ese calvario. No imagino, pero puedo llegar a entender.
Jenny nos cuenta que su abuela es, de hecho, norcoreana. Cuando estalló la guerra, ella y una de sus hermanas decidieron bajar hacia el sur del país, la parte que, en ese entonces, parecía menos afectada. Cuando cerraron la frontera, ahí quedaron. Nunca más supieron qué pasó con su familia. No es el único caso. Miles de corazones partidos a la mitad, imposibilitados totalmente de saber si esas personas que un día quisieron tanto siguen vivas, fueron torturadas, están muertas, o, lo que es lo mejor y peor a la vez: que tal vez hayan conseguido cruzar, en algún momento, y estén en el sur, igual que ellas, pero perdidas. Imposibilitadas de volver a conectarse.
En los años 70, un norcoreano escapó de sus labores para contarles a los surcoreanos que estaban cavando túneles para invadir la región. Gracias a él, y hasta hoy, se descubrieron 4. Aunque se cree que hay, por lo menos, 15 más, los que se encontraron seguían siendo construidos en esos exactos momentos, tan en simultáneo que hubo casos en los que los soldados de ambos lados se encontraron ahí debajo. Los túneles tienen entre 50 y +100 kilómetros de largo, y estaban diseñados para atacar desde distintos ángulos y rodeando a Seúl, la capital. El tercero descubierto es el más accesible para ser visitado por locación y estado y a ese vamos. Son 80 metros bajo tierra que hay descender por un camino de 300 en bajada constante (y claro, después volver a subir), hasta llegar al túnel en sí. Pero, antes de entrar, ponerse los cascos y escuchar la historia.
Cuando se descubrieron los túneles, Corea del Norte acusó, primero, que no los habían hecho ellos. Que eran, en realidad, los surcoreanos los que habían estado construyéndolos. Luego, en vista de los argumentos irrefutables, dijeron que estaban buscando minerales. El segundo argumento se refuta solo sabiendo que la región del norte es muy rica en minerales como magnesio y zinc, y, donde estaban los túneles no había nada más que granito que, oh casualidad, estaba pintado con estos minerales por encima (¿sería para disimular, tal vez?). El primero y el más increíble es, sencillamente, su propia ingeniería la que los delata: la propulsión de las dinamitas para romper la piedra siempre va de norte a sur, y el suelo estaba levemente inclinado hacia el norte para que, una vez avanzando en el túnel, no se inundara el camino que necesitaban transitar. Es gracioso, pero nunca admitieron ser los constructores de tales obras.
El túnel es chico, tan chico que llevar casco es obligatorio y vamos casi con toda la espalda inclinada. Caminamos unos 250 metros, porque después, después está todo tapado con enormes muros y sistemas de seguridad, no vaya a ser que estén aburridos y quieran seguir avanzando por el subsuelo.
Al final, esas nubes dieron tregua, y aunque el día no estaba soleadísimo, lo gris de la lluvia le daba a las vistas de la frontera de lo impenetrable el halo de misterio, miedo y misticismo que tiene. Una vista que dice tanto y, a la vez, está vacía de conocimiento. Subimos a la terraza de uno de los edificios que hacen de mirador. Vemos el ex polo industrial, una villa que, en teoría, se dice que hicieron de pantalla, de forma ficticia, donde todo es bello y perfecto, y una aldea de granjeros. Vemos, también, izada a lo lejos, la bandera de Corea del Norte. Es hasta gracioso pensar que sostienen una guerra en base a caprichos de una familia. 3 veces rehicieron el mástil y la bandera norcoreana para que sea más grande y más alta que la del sur. Compitieron tanto que ahora parece que es la más grande y pesada del mundo. Un poco más atrás existe un cartel tipo el de Hollywood que apenas llego a ver con binoculares que, según nos traducen, dice: este es el mejor país del mundo. Ya parecen argentinos.
Uno de los edificios que vemos desde la frontera tiene muchas ventanas, podría ser algo así como un hospital o una escuela. Jenny saca fotos y se sorprende.
Es la primera vez, en estos 15 años, que ve una ventana con la luz prendida, dice. Señales de una vida.
Emprendemos la vuelta pasando por un lugar de souvenirs donde compramos una cuadro de edición limitada que tiene, nada más y nada menos, que un pedazo de cable original de la frontera. Hace unos años, cuando se cumplieron 50 de la separación, cambiaron el cableado de algunas zonas e hicieron, con lo que sacaron, algo para los turistas, pero es algo que, de alguna manera, lleva la historia en sus puntitas oxidadas.
Antes de bajar del bus, Jenny nos agradece habernos animado a visitar Corea. La guerra nos hizo muy mala fama, dice, frente al mundo. Aprovecha y nos cuenta, también, que hubo un hecho disruptivo en la percepción (y la visión) del país frente al mundo: el Gangam Style puso los puso en el mapa de los occidentales.
Gracias, Gangam, porque no teníamos ni idea de lo que nos estábamos perdiendo.
Este es un diario de una serie dentro de la que suscripción paga que llamé (just a) human in somewhere. Esta primera edición, sobre mi viaje por Corea del Sur, es gratuita, así que, si te gusta, te invito que compartas un fragmento en tus historiascomo forma de retribución. Si quieres involucrarte más, considera sumarte a (just a) human, la sección paga con columnas semanales, propuestas de escritura y más. También podés compartirme una pregunta anónima que te haya quedado de esta edición o que tengas en la cabeza sin respuesta.