💧 Como una gota que se expande en el suelo
La columna gratis del mes: sobre lo que aprendí este último tiempo y una sorpresita al final
Queridos humanos y humanas lectoras,
Este mes cumplí mis pretenciosos 27 años. Como les conté un poco por redes sociales, esta es la primera vez que me siento atenta a lo que está pasando en mi vida. Me siento despierta, con dos ojos bien abiertos, como búhos. Sé que no es la primera vez que mi vida lo amerita; sin embargo, sí es la primera en que soy capaz, tras un año resignificando muchas de las historias que me cuento, de estar, como a mí me gusta decir, presente en el presente. Pasamos gran parte de nuestra vida atrapados en el famoso y fantasmagórico pasado, incluso más de lo que somos capaces de darnos cuenta. A veces no se trata de estar pensando en algo de tiempo anterior específicamente, extrañando a una persona, añorando lo que no fue o intentando escaparnos de lo que sí.
En cambio, son resabios de sucesos (muchas veces traumáticos), emociones, sensaciones y significantes los que nos acompañan durante un tiempo considerablemente largo (que puede durar toda la vida) en forma de miedos, bloqueos, creencias o deseos, hasta que, por voluntad propia o no, un día se enciende una nueva conexión dentro nuestro y entendemos que vivimos presos de esos eventos mucho más de lo que hubiéramos querido, y, mucho mejor: que podemos liberarnos.
Es la primera vez que me siento presente en el presente, digo, porque estoy en una instancia de mi vida en la que ya no me siento presa, con movilidad reducida, por aquellas cosas que me atemorizaron durante años. Por supuesto que sigo teniendo miedos, pensamientos lacerantes y preguntas sin respuesta, pero cada vez fortalezco más mi idea de que la presencia no se trata de andar liviano, despojándose constantemente, como si la única alternativa posible fuera desecharlo todo (tarea imposible, incluso si quisiéramos), sino de sentir que el equipaje que tenemos no nos pesa tanto, porque nos encargamos sincera y humildemente de revisarlo periódicamente para elegir con qué, de todo lo que somos y han hecho de nosotros, queremos seguir cargando.
El último año, para mí, se centró mucho en revisar. Cuando a mi alrededor todo era un carnaval, una bomba de(l) tiempo y un sinfín de bombos y platillos haciendo sonido, pude masterizar el arte de ir hacia adentro. De a ratos, conseguí robar algunas horas de domingos o sábados por la mañana a la ajustada agenda de abrazar amigos y tomar mate con la familia para trabajar en lo que, ahora entiendo, era una nueva propuesta de indagación personal. Aficionada al análisis (hija de la terapia freudiana por más de 10 años, qué decirles), de las preguntas, los debates y el ejercicio de la reflexión, por primera vez, pude acercarme a mí misma con la simple (y humilde, sobre todo), intención de explorar, en vez de encontrar respuestas, conseguir resultados, encontrar la etiqueta que, por fin, encajara. En esta columna ya les hablé sobre mis primeras veces de este último tiempo, y si hay algo de lo que me da ganas de hablar, también, y perdón por la repetición, por primera vez, es sobre mis aprendizajes en tiempo presente.
Todo esto parte de la experiencia personal, pero como somos más parecidos y más humanos de lo que muchas veces creemos, son, a su vez, vestigios de una experiencia colectiva. Los comparto aquí porque creo y predico que escribir es vivir, y, de paso, dejo preparado este kit de recuperación para el día en que me levante escasa de materiales y necesite recordar todo lo que está en construcción.
Decir “aprendí a”, “aprendí que”, no es una afirmación estática y digna de un check verde que nos dice que ya está, ahora y para siempre, sino, más bien, una declaración de un nuevo sistema de creencias, el cual queremos, ahora (y quién sabe hasta cuándo) cultivar.
27 años, algunos aprendizajes: lo cliché, lo necesario, lo revolucionario
1. Nadie te está mirando
Es imposible enumerar la cantidad de bailes, risas y anécdotas que me he perdido por creer que a alguien le importaba lo que estaba haciendo. Andar liviano, perder peso mental, es entender, porque la lógica es necesaria para relativizar, que, en realidad, a muy pocos les importa lo que estás haciendo. Quienes sienten un interés genuino por tus decisiones es porque te quieren, aunque eso implique que, a veces, no sepan gestionarlo frente a sus propias creencias. Efectivamente, habrá personas que dediquen algunos minutos a criticarnos u opinar sobre lo que hacemos o dejamos de hacer, pero, puesto en la balanza, si siempre va a haber alguien que juzgue, es mejor que sea porque estamos haciendo lo que realmente queremos. Además, por 4 personas que proyecten sus incomodidades en vos, podés dejar a un montón de otras personas sin eso que podés dar, así sea un hobby con el que te encuentres y conectes con personas, un emprendimiento o aprender a cocinar.
Lo más estúpido (y uso esta palabra porque lo es) es no usar nuestro tiempo como se nos da la gana simplemente por creer que ahí afuera hay alguien con una bala de críticas esperando que hagamos algo. Es ridículo, y, aún así, es un pensamiento nos persigue durante años y no discrimina raza, género o área de la vida.
Hacé, porque nadie más va a hacer por vos, y, porque, al final del día, de verdad: nadie te está mirando tanto como creés, y si alguien lo hace con mal ojo… Recuerda que es SU ojo, y no tiene nada que ver con lo que mira.
2. El control es una ilusión
Hablaba con Luján sobre “soltar el control”, pero ella (me) corrigió y yo tomé nota, porque la humildad te permite rodearte de personas increíbles y saberlas apreciar. No hay mentira más grande (bueno, las religiones, desde mi punto de vista, que van en la misma línea), que hacernos creer que podemos controlar lo que pasa, lo que queremos, lo que vamos a conseguir.
Tal vez, lo único que podemos controlar son nuestras acciones, e, incluso para eso, no hay garantías. Una multiplicidad de factores afectan a los resultados de lo que sea que suceda en nuestra vida, y no hay forma, no es posible, controlar todos los hilos que se entretejen debajo de la alfombra. Y la verdad es que, si fuese así, la vida perdería la mística.
3. Tenerle miedo al miedo no es protegerte, es limitarte
Yo soy la primera en haber vivido por años teniéndole miedo al miedo. No se trata de evitar ciertas situaciones porque nos parecen riesgosas, sino que vivimos en un espacio muy reducido porque tememos exponernos y, efectivamente, sentir miedo. Ya les conté que estoy en una especie de terapia de shock impulsada por D., que es la persona más parecida a Tarzán que conocí en la vida, y, con cada espacio o actividad conquistada, fui descubriendo que lo único que había hecho hasta ahora es limitarme, no protegerme.
Salir de la cueva te expone a que te pasen cosas, y una de ellas es sentir miedo, pero tenerle miedo al miedo es como poner dos panes juntos sin nada en el medio: es insulso, no tiene gracia, no te aporta nada. Algunas personas, como es mi caso, vivimos situaciones tan atemorizantes que, si no lo trabajamos, nuestro sistema reacciona igual ante cualquier ápice de peligro: todo es una cuestión de vida o muerte. Trabajar en el miedo es una de los desafíos más grandes y, a la vez, más gratificantes que destaco de este año.
Porque una cosa es vivir con miedo, y otra, muy, muy diferente, es tener miedo a vivir.
4. Vivir en crisis no es orgánico
Desde que terminé la universidad me identifiqué con estar en crisis, o con el concepto de moda: “estar en una”. Por cuestiones de c*lo inquieto, buscadora de sensaciones o simplemente por ser una persona con capacidades limitadas pero ganas infinitas de comerse el mundo, desde que gané un poquito de libertad y fortaleza mental empecé a hacer todo lo que quería hacer: me cambié de carrera, trabajé en diferentes cosas, toqué puertas, viajé, me fui a vivir a otro país, lo que ya saben. En esa búsqueda que, más tarde uno aprende, no tiene respuestas, la “crisis” era lo que siempre estaba presente de alguna manera: en Argentina, ahorrando para irme a Europa y, cuando llegué, intentando forjar una carrera freelance que, al tiempo, me di cuenta de que no era lo que quería, y así sucesivamente. Incluso en la adolescencia siempre tuve algo que solucionar. Y la crisis aparecía, o, al menos, tomaba la palabra.
Ahora entiendo que búsqueda y crisis pueden tornarse parecidos por momentos, pero no son sinónimos. La búsqueda es parte de mí, cambia de forma y de significante, y no quiero que me abandone. La crisis, en cambio, es, en este caso, una cuestión de percepción. La crisis agota, cansa, desmotiva, lacera. La búsqueda impulsa, renueva, refresca, atesora. Supe creer por mucho tiempo que estar en crisis era sinónimo de estar en constante crecimiento. Hoy entiendo ese pensamiento como soberbio, inmaduro y autodestructivo.
No necesitamos de la crisis para crecer, para desarrollarnos o para construir.
Podemos hacerlo pasito a pasito, como una constante, sin pausa pero sin prisa, acompañados de la idea de la búsqueda como la idea de la vida en sí. Hoy no tengo crisis que me habite (sí por momentos, jamás caretearla), y me siento más llena de vida que nunca.
Podemos tener vidas llenas de vida sin crisis, o, lo que es igual: sin tanto drama.
5. Estamos muriendo todo el tiempo
La vida y la muerte no son caras opuestas. Sé que este pensamiento puede ser agotador y hasta un disparador de la ansiedad para muchos, especialmente cuando estamos atrapados en trabajos, vínculos o situaciones de las que no podemos salir corriendo (pero sí caminando) y sentimos que los minutos que se van ya no se recuperan. Esto es así y es así para todos.
La otra cara de la moneda, tal vez, sea ser conscientes de cómo queremos usar y aprovechar nuestro tiempo, intentando no sucumbir a las presiones ajenas. Mi vida ahora parece increíble, y, desde que empecé a viajar, no he dejado de encontrarme con personas que afirman que ellos, si pudieran, harían lo mismo. A muchos nada los detiene, y lo sé porque los conozco bien. Viajar o trabajar independiente parece fantástico, y para mí lo es, pero es una opción más de las tantas. No hay opciones correctas ni más válidas.
6. Hay que aceptar y elegir qué elegimos perder
Las personas que emigramos, viajamos a tiempo completo o por periodos largos, a primera vista, parece que perdemos mucho más que otras. Todo lo que alguna vez fue parte de una cotidianeidad queda en el olvido, porque, incluso si quisieras recuperarla, ya nada sería lo mismo. Se habla mucho de ponderar, en estos casos, qué es lo que se pierde y lo que se gana, pero, lo cierto es que, siempre que elegimos, estamos eligiendo qué queremos, pero también qué perdemos.
Elegir es seleccionar dónde poner nuestra atención, y eso no implica que mañana no se pueda cambiar, pero las elecciones tienen un peso y caen con él sobre todo tu presente. Para tomarlas, es importante saber qué se quiere, pero también ser consciente de lo que se pierde. No es una linda sensación la de encontrarte en una esquina cualquiera con todas esas cosas que dejaste afuera cuando decidiste sin haberte dado ni siquiera cuenta.
Si hay que elegir, supongo que es mejor hacerlo con los ojos abiertos y, fundamentalmente, recordando que no elegir es elegir también.
7. Amar es aprender a cuidar
Esta no es la definición de la RAE, mucho menos la de ningún filósofo, y tanto se queda afuera del término cuidar, pero así como sostengo que las tareas de cuidado son las que dan cuerda al mundo, sostengo también que aprender a amar es aprender la desafiante tarea de cuidar. Regar no solo el vínculo, sino también a la persona que forma la otredad es, esencialmente, entender cómo necesita ser cuidado, que no es lo mismo que cuidar como a vos te es cómodo hacerlo.
Cuidar es una palabra reduccionista porque esto implica tanto más que poner un paño húmedo cuando alguien tiene fiebre; se trata, en realidad, de cuidar antes de la enfermedad, de preservar los límites, de resguardar el presente, añorar el futuro, de desapegarse de la propia identidad para sumergirse en los dolores, las heridas, las fantasías y las historias de un otro. Y cuidarlo, cuidarlo todo.
8. No está mal que tu ambición sea diferente, e incluso “limitada”
Quienes comparten generación conmigo estarán de acuerdo con que crecimos con la idea de que la única ambición posible es la que es ilimitada. Rodeados de niños de 18, 20 años que te persiguen en anuncios diciéndote que ahí afuera ya existen miles de personas facturando 6 cifras que son iguales a vos, y que no es tu caso porque todavía no compraste su curso de 2.000 dólares. Me pregunto qué pasa con las personas que conseguimos desintoxicarnos de esa idea y nos descubrimos más cómodos en ambiciones más pequeñas. No se trata de permitirse soñar poco, sino de habilitarse a conocer cuáles son los sueños verdaderos.
9. El éxito tiene muchas formas de manifestarse
Reconocer la ambición propia implica revisar también el significado de éxito para nosotras. Es hora de dejar de lado la culpa por no sentirnos cómodos en un ambiente corporativo en el que siempre hay que estar queriendo crecer y ser mejor, en el que las posesiones materiales son los indicadores de bienestar o por no satisfacer las preguntas familiares cuando te preguntan qué estás haciendo “de tu vida”.
Es un trabajo de introspección, de resignificar y de identificar cuáles son tus lujos, que no siempre tienen que ver con dinero. Conocerlos te impulsa a perseguir nuevas historias de éxito, que no necesariamente están expuestas en las publicidades o vidrieras, porque, como bien sabemos, no todo sirve al marketing (y qué suerte que así sea).
10. La vida es relativa
No tomarse las cosas personales es el hijito de este aprendizaje, pero, como nada importa tanto, lo meto todo junto. Solemos comparar nuestros problemas con las desgracias ajenas, y ahí es cuando escuchamos, con voz de tía, a nuestra conciencia decir “no tienes nada de qué quejarte”. Noticia: podemos quejarnos igual y aún así saber relativizar.
Entender que las cosas no (nos) suceden, sino que simplemente son, pasan, acontecen, aliviana muchísimo la presión y disminuye el ego a pasos agigantados. En la mayoría de los casos, las personas no (nos) hacen cosas para lastimarnos, solo están actuando desde sus posibilidades y eso tiene una consecuencia negativa en nosotros, y así la vida: las cosas giran, crecen, viven, suceden, mueren sin objetivos para con nosotros.
Tomarse las cosas personales, pensar que alguien hizo algo apropósito, enojarse cuando las cosas no salen como estaban planificadas, es destinar energía y tiempo a algo que no se va a solucionar, al menos, no de esa manera. Entiendo aprender a relativizar no como una filosofía en contra del enojo o de poner límites. Por el contrario, la propuesta me acerca más a la pregunta de si algo es lo suficientemente importante como para dedicarle energía, o me compensa más en la balanza dejarlo pasar. Como dijo una de ustedes cuando les pregunté sobre cómo piensan y transitan sus cumpleaños: nos vamos dando cuenta de que mucho de lo que nos importaba años atrás, ahora ya no tiene relevancia.
El paso del tiempo es la alarma que te avisa que tenés que sacar la comida del horno, es el abrazo después de años sin tocarse, es la mañana después de año nuevo. Es el funcionario público que te avisa que todavía no, pero que ya te va a tocar. Y te toca.
Me encanta lo lento que hablás, me dijo Serena. Te veo radiante, te veo tranquila, te siento en paz, dijeron las amigas. Podría ser todo lo contrario, viajando y moviéndome de casa cada 3 o 4 semanas, expuesta a estímulos completamente nuevos todo el tiempo, sería esperable que estuviese de todo menos tranquila. Pero descubro que aunque los ruidos me dificulten la concentración y las luces fuertes me den dolor de cabeza, dentro de mí existe un mundo infinitamente íntimo y separado del afuera, y me encuentro con la sensación de que me está encantando envejecer.
Sorpresita🧚🏻♀️
Con la excusa de mi cumpleaños, y porque la felicidad es real cuando es compartida, hasta que termine julio (o hasta agotar los cupos🌝), se van a poder suscribir a la columna semanal en pesos argentinos. La suscripción a (just a) human es anual, es una forma de apoyar mi trabajo y les da acceso a una columna semanal de promesa inquebrantable sobre los viajes y la vida, a un pdf con propuestas de escritura y exploración personal, la posibilidad de dejar preguntas para responder en conjunto, y textos ocasionales. Además, pueden leer el archivo completo de pago.
*Una vez realicen el pago, envíen el comprobante respondiendo a este correo así queda efectiva la suscripción❤️.
Caja de herramientas
La autora de las fotos de esta edición que me hacen reaprender a mirar.
Esta película que vimos hace un tiempo.
Una forma diferente de compartir aprendizajes
Actitud para salir a vida y dejarnos aprender
“I am my own universe; a galaxy; a solar system. I am the warm-up act, the main event and the backing singers. And if this is it, if this is all there is – just me and the trees and the sky and the seas – I know now that that’s enough.” Everything I know about love
Vivamos este mes con los ojos de quien sabe que todavía tiene mucho por aprender y por vivir.
Gracias por acompañar(nos) una vez más,
Candelaria
Nuestras convos siempre enriquecen bidireccionalmente :)