🗾 Cartografía de lo incierto
La columna mensual y gratuita: los imprevistos, la incertidumbre y lo que tiene vida
Agosto tenía planificada una semana de vacaciones. La primera, para ser exacta. 5 días para visitar una de las ciudades más importantes del país, ver un concierto, ir a un partido de fútbol, tomar café y leer cerca del mar. El plan era poco pretencioso, más bien todo lo contrario. Vacacionar dentro de viajar es obligarte a descansar. Pero 3 días sin Internet y más de 7 noches durmiendo mal por cuidar a unos perros que ladran más de lo que duermen se cobraron llegar a esas ansiadas vacaciones con un 3% de batería y sin haber hecho nada de lo pretendido. Como llegar a la puerta de embarque sin el pasaporte.
Una semana antes había tenido que enviar el borrador de esta columna tarde porque ya estaba sin Internet disponible. ¿Qué imprevisto más podría suceder? 16 horas de tren después, ahí estaba yo: llegando a Sídney retrasada, con trabajo sin hacer y una gripe silenciosa creciendo entre mis bronquios.
Como las raíces extendidas de un brote bajo tierra, mi vínculo con la incertidumbre y los imprevistos ya cuenta con varios años de experiencia en el mercado emocional. Siempre formé parte del grupo de las personas imprevisibles, imprevistas, hasta inestables. Antes de que mamá me prestara atención, yo ya había cambiado de deporte, descubierto un nuevo hobby, decidido mi nuevo cantante favorito. Antes de que yo misma pudiera notarlo, ya tenía una nueva opinión o perspectiva acerca de 100 temas, y, mucho antes que de que me diera cuenta, empezaban a aparecer frente a mí las caras, miradas y los comentarios con tintes de desilusión o incluso pena de quienes me habían descubierto: había cambiado una vez más.
Poco nos costaba a mi cerebro neurodivergente y a mí identificar esos rastros de rebeldía que creían ver en mi forma de ser. Cuando vivíamos todos juntos mis hermanas se peleaban agarrándose de los pelos porque se robaban la ropa entre sí, más de una vez escuchaba los gritos de mamá y papá desde mi habitación y cada luna llena a mi hermana se le daba por traer una nueva mascota a la familia. De alguna manera, siempre seguimos. Se sigue. Adelante. La estructura familiar cambió, con mamá nos mudamos, mis hermanas crecieron y dejaron de hablarse por épocas, Felipe, el gato, vivió un montón de tiempo sin cola, se supone que Mauro, el otro, había perdido un ojo y la tortuga Josefina se fue a vivir a la casa de la mamá de Daniela.
Cargando con el trauma a la exposición, la incertidumbre y lo imprevisible empezaron a ser el lugar seguro en el que nadie esperaba nada de mí más que el propio cambio, y, viviendo en una sociedad a la que le gusta tanto las cosas estáticas, alguna parte de mí pudo ver, entre las grietas de la madera, que ser imprevista era una excelente forma de perpetuar la huida. Si nada soy, nada me retiene, nadie me puede atrapar. Pero vivir escapando termina siendo lo mismo a estar preso y con cadenas en los pies: la imposibilidad de quedarse quieto también es una forma de prisión. Corriendo desesperados o cerrando nuestros propios candados, nadie está a salvo. La población mundial se divide entre aquellos que intentan aprender a convivir cada día con lo efímero de las certezas y entre aquellos que se aferran a cualquier tronco grueso que tienen a mano para sentirse a resguardo de los imprevistos. Creemos que si tenemos un trabajo en relación de dependencia (“fijo”, también le dicen), una casa hipotecada, una pareja estable (¿las parejas no tradicionales no pueden considerarse estables?), estamos exentos del peligro de lo incierto, amigos del control. Todo aquello que es imposible de determinar, por definición, es incierto. Y, por definición de todo lo que tiene vida, todo lo que evoluciona, respira, se desarrolla, crece y, eventualmente, muere, nada puede determinarse más que la propia finitud del proceso de vivir. La paradoja aparece entonces cuando descubrimos que gastamos una gran parte de nuestra energía intentando eliminar o reprimir aquello que caracteriza a la vida.
¿Qué fue primero?, ¿el huevo o la gallina? ¿Qué fue primero?, ¿la incertidumbre o el imprevisto? ¿Cómo puedo catalogar un hecho de imprevisto si no tengo certezas? Si no hay certezas, hay vacío, hay posibilidad. Todo puede ser. Donde todo puede ser, ¿existen los imprevistos? ¿O es falta de percepción?
Soy amiga de los imprevistos y de la incertidumbre desde que a los 2 años casi se me cae un televisor encima, o desde que me mordió un dálmata un tiempo después por querer sacarla de entre medio de unos cables. Soy amiga de los imprevistos y de lo incierto porque acepto la vida tal y como es: estúpidamente imprevisible. Soy amiga porque cada tanto me enojo, me alejo, pienso en si quiero retomar el vínculo y lo sigo eligiendo: darle aire a la no certeza que es vivir me permite hacerlo más y mejor. Nada está escrito en piedra, y nada es tan determinante como para llenarte de certezas.
La incertidumbre es lo que mantiene el fuego, porque incluso creyendo que tenemos el control de todo, sabemos, en el fondo, que no es así. Me sorprendo de lo soberbios que podemos llegar a ser creyendo que todo lo que sabemos y reconocemos es lo único posible.
En 2013 gané un sorteo por un viaje a España y decidí no ir. El fin de la escuela secundaria y algunas malas decisiones impulsaban la respuesta, pero, incluso si no hubiesen estado esos factores, la respuesta habría sido la misma: no es el momento. Tres años después ya había empezado a viajar y volví a anotarme para ir al viaje. Yo estaba segura de que iba a volver a ganármelo, sentía que esa era la única opción posible. No quedé seleccionada, y, a decir verdad, sentí que el mundo se había vuelto un poco más gris. La intuición ya no existía, al menos para mí. Seguí estudiando y seguí rindiendo los exámenes de mi primer año facultativo. Seguí yendo y viniendo entre las líneas 34, 12 y 106 de colectivo. Sobre el mediodía, subida en esta última y por Avenida Córdoba, haciendo el mismo recorrido que esa tarde en la que recibí la llamada de que mi abuelo había fallecido, un número desconocido me avisó que había un lugar disponible para que viajara a España. Un chico se había fracturado una pierna jugando al fútbol y me ofrecían su lugar.
¿Pero cómo? ¿Por qué? ¿Cómo es posible? ¿Por qué me eligen a mí? No te estamos eligiendo, niña, es que habías quedado primera en la lista de espera por sorteo. ¿Esto fue un imprevisto? ¿Pudo haberse prevenido de haber sabido que existía esa lista? ¿Por qué esperamos que los imprevistos siempre traigan cosas malas? A mis pruebas me remito: esta es solo una muestra de la cantidad de imprevistos que tocaron a mi suerte y de ninguna manera puedo decir que hayan sido negativos. Como este, como haber sido rechazada en la universidad en la que quería estudiar (esa posibilidad no cabía en mi pequeña y soberbia mente de aquel entonces), como haber tenido un año sin estudios. Imprevistos que llenaron mi vida de incertidumbre, porque me demostraron que existían otras vidas posibles, otras formas de estar en el mundo, incluso si eso implicaba no tener la ilusión de control.
No es extraño sentir incomodidad frente a esto que les cuento: estamos hastiados de concebir al imprevisto y a la falta de certezas con los ojos de la negatividad. Ustedes me lo han dicho. Nos llevamos mal, nos da miedo, nos carga de ansiedad, fingimos que lo llevamos bien, pero, por dentro, nos quema la necesidad de control y manipulación.
Incluso sabiendo, también, dicho por sus voces de la propia experiencia, que si nos animamos a permanecer, el miedo desaparece y salimos adelante (o vice versa), parece que, aún reconociendo que no podemos evitar lo que no conocemos, sentimos la necesidad de cubrirnos, de hacer saber ese impulso de resistencia que nos dice que lo que está del otro lado no nos conviene. Igual que cuando tenemos que hacer algo por primera vez.
La paradoja vuelve a hacerse carne cuando descubrimos que la única certeza con la que contamos es con que nos vamos a morir, pero no hay profesionales ni talentosos que puedan determinar qué va a pasar hasta entonces. En este panorama, planificar ser sorprendido parece ser, entonces, la decisión más inteligente.
El ego que cree que podemos controlarlo todo debería tomar de su propia medicina y entender que los imprevistos, las no certezas, la vida misma, van a seguir sucediendo. Han sucedido antes de nosotros, lo hacen ahora a nuestra par y nos sucederán. La magia que veíamos en los magos de chicos permanece en la belleza de encontrar maravillas en lugares o caminos que ni siquiera te imaginabas que existían.
Los mejores sucesos de mi vida pudieron ser porque algo se trastocó. No puedo sino, entonces, vivir esperando mi próximo imprevisto.
Caja de herramientas
Una historia real sobre masterizar el arte de la incertidumbre.
Un libro donde la incertidumbre es el bien más preciado
A veces la incertidumbre te lleva a lugar impensados, como en esta web.
Actitud para apreciar la incertidumbre como lo que puede ser: un sinfín de posibilidade
Vivamos este mes con los ojos de quien saborea la liviandad de que nada importa tanto.
Gracias por acompañar(nos) una vez más,
Candelaria