Este es un diario de una serie dentro de la que suscripción paga que llamé (just a) human in somewhere. Esta primera edición, sobre mi viaje por Corea del Sur, es gratuita, así que, si te gusta, te invito que compartas un fragmento en tus historias (o en tus notes de Substack, por qué no) como forma de retribución. Si quieres involucrarte más, considera sumarte a (just a) human, la sección paga con columnas semanales, propuestas de escritura y más. Otra forma de ayudarme es compartirme anónimamente una pregunta que te esté volando la mente durante estos días.
Pasaron muchos días desde que mandé el último diario. Este viaje cambió de forma pero no terminó. Al momento de escribir esto, hace una semana estamos en Seúl, en un departamento con calefacción y desayuno incluido de lunes a viernes. Esta primera semana me encargué de dormir y descansar, largar alguna lloradita por ahí, entender que el año se está terminando, seguir con los acompañamientos y tener arrebatos de compras de productos de skincare y papelería que ya me estoy gastando con plena y absoluta felicidad. La dueña de la casa y del perro al que estamos cuidando hasta casi mediados de enero es simpática y atenta: nos compró galletas y un vino para Navidad, nos escribió una carta agradeciéndonos el cuidado de Archie, nos prestó ropa térmica, nos dejó la heladera a reventar con pase libre de comida, nos ayudó a comprar cosas online en páginas imposibles de entender y registrarse. Escribiendo esta oración lo primero que hice fue poner que la chica, Rebecca, “parece” atenta, pero me di cuenta de que la estaba juzgando misteriosamente por experiencias, una en concreto, del pasado, así que quise ser mejor persona y cambié el verbo. Es simpática y amorosa. Si después descubro que todo eso era una pantalla y es una mina malvada que nos pone una reseña mala onda, me retractaré, pero, por ahora, voy a elegir confiar.
Spoiler: Rebecca fue amorosísima y nos puso nuestra (merecida) 5-star review.
Vuelvo a este diario con una sensación agridulce de saber que, tal vez, el que haya sido uno de los mejores años de mi vida por varias razones que exploraré en otro momento se está terminando. Hace ya varios diciembre soy muy positiva o muy afortunada (o las dos, que al final la fortuna es cuestión de percepción) y siempre creo que el año que se está yendo ha sido el mejor que tuve hasta ahora, pero creo que estoy equivocada: la sensación no es de competencia, sino de gozo. Ese año fue el mejor que pude haber tenido, armado, experimentado y transitado en ese momento, con esa cabeza, con esos años, con esos miedos y esos sueños.
Decía, entonces, que lo que queda de este diario de Corea va a ser un tanto más desordenado, con bastante más divague y menos actividades, porque confirmamos, una vez más, que no estamos hechos para viajar rápido, lo que se refleja en la tranquilidad de varios días de ese último tramo apurado. Además, la lluvia se hizo presente varias veces de forma constante, así que no nos quedó más remedio que refugiarnos en nuestro alojamiento de turno o ir en busca de algún café, en mi caso, para escribir en uno de esos espacios decorados por el mismísimo Dios del minimalismo lujoso, o sea, lo mejor que mis ojos pueden apreciar. Todo lo que sigue a continuación es, además de desordenado, acronológico, porque hay 2 eventos, 3 días, que guardé para compartirles al final.
Aprovechamos los huecos de lluvia para salir a caminar y pasear por esta nueva ciudad. Por ahora, ninguna se compara a la belleza de la segunda que vimos, Gyeongju. Odio estar escribiendo esto y odio estar pensando esto, porque nunca me gustó la gente que viaja y lo único que hace es comparar las ciudades. Me acuerdo del odio que me provocaba que la gente me dijera que Madrid es como Buenos Aires pero europea, porque sí, yo sé que Madrid es muy parecida a Buenos Aires, pero también sé que Madrid, mi Madrid, no tiene nada que ver con Buenos Aires. Supongo que esto también es producto de la subjetividad más subjetiva, la de juzgar o apreciar la ciudad en la que naciste, la que te da la etiqueta irrompible, plastificada. Puedo cambiar muchas cosas de mi vida: ser viajera, vivir en Madrid, volver por un año a la ciudad de las pizzas llenas de mozzarella y cebolla, pero nunca voy a dejar de haber nacido en Buenos Aires. Supongo que por eso nada de lo que pueda decir de Buenos Aires será importante, porque mi subjetividad es extrema.
No me gusta comparar ciudades por categorías: esta es más limpia, esta más moderna, esta otra mucho menos pintoresca (¿alguien sabe qué significa que algo sea digno de llamarse pintoresco?), porque comparar es alejarse de la realidad. Pasa con los humanos, pasa con las ciudades, pasa con la vida.
La comparación es una ironía en sí misma, no existe punto de comparación nunca entre nada, ni siquiera entre 2 versiones de nosotros, porque la actual o más nueva siempre juega con ventaja. No me gusta comparar las ciudades que veo porque empaño la realidad con ojos viejos, con percepciones anticuadas. Y yo siempre quiero estar lo más cerca de la realidad que se pueda.
Las revoluciones bajan porque la energía nos lo pide y porque es muy difícil vivir una vida que no nos es orgánica. Menos mal que me dejé estos días casi vacíos de trabajo, me repito una y otra vez cuando el cuerpo me pasa la cuenta. Solo trabajo algunas horas con las chicas que están en el acompañamiento, pero después no hago nada más. Paré los proyectos que salen el año que viene, adelanté las columnas y artículos que tenía que entregar por estas fechas, dejé programado el correo con las facturas para enviar y reclamar pagos.
Llegamos a Daegu después de unos de los momentos más increíbles del viaje, y, la verdad, empiezo a sentir culpa de querer descansar. A veces pienso que, desde que conseguí regular mi sistema nervioso, vivo para eso, para descansar. Cada vez me gustan más los días llenos de nada. Nada, o lo que se dice: escritura, libros, series, siestas, mirar por la ventana. Igual habría que dejar de aclarar que nada es, en realidad, algo, y empezar a cambiar la forma en la que nos comunicamos. El lenguaje crea la realidad y crea la percepción de la realidad que interpretamos. El lenguaje es el puente, el camino, lo político y lo humano. Sin lenguaje no hay ni nada ni todo posible.
En esta ciudad, esta ciudad de la que no sé el nombre porque es muy parecida a otra ciudad en la que ya estuvimos y comimos y caminamos y nos quedamos un poco, el clima no acompaña, diría cualquier persona que está acá, como yo, de paso, de vacaciones. Pero a mí me gusta que llueva. Me gusta porque siento que la naturaleza me está dando permiso a quedarme tranquila, a pasar horas leyendo sin pensar que me estoy perdiendo de ver un templo casi igual a todos los otros que ya vi, de estar ahí afuera donde se supone que pasan las cosas. Jeonju. La ciudad se llama Jeonju, que yo lo pronuncio igual que Gyeongju, pero esa es otra. Esta es parecida, pero tiene una mezcla de mucho más obvia entre lo moderno y lo viejo. Carteles con tipografías llamativas, con sus símbolos enormes con color rojo o amarillo patito, luces LED insoportables y, de repente, la blancura y la madera de los cafés minimalistas de ahora.
Llueve sin parar todos los días que estamos acá, y viste que dicen que, cuando venís muy embalado, una vez paras, paras de verdad. Sin hablar consensuamos abandonar el plan de irnos en 2 días a otra ciudad, la última antes de llegar a Seúl, y nos quedamos más días acá. Igual tenemos que cambiar de lugar. Se nos ocurrió alquilar una casita típica de estos barrios y tienen unos colchones malísimos en el suelo y ni una silla. Todo va ahí abajo: la tele LED, el canasto con las cosas del baño, las toallas, el espejo. Un día, a la tarde, en un parón de agua que cae, vamos a caminar por la zona, es como una Hanok Village, un barrio típico de Corea con casas antiguas y de arquitectura clásica. Me voy a escribir estos días a un café. Cuando vuelvo, leo un poco más sobre el libro que quiero terminar. Da muchas definiciones, no me detengo en entender todo porque no hace a la trama y la verdad mucho no me importa, pero me quedo con la idea. Entiendo, leyendo este libro, por qué me gusta tanto la literatura. Descubro qué es lo que siempre me chirría de mí misma cuando veo que D. sabe tanto y con tanto detalle sobre todo. Yo no soy de definiciones. Mi conocimiento y mi sabiduría es completamente intangible en sustantivos propios o comunes. Estas hojas dan cuenta de que las hojas no son todas las mismas, de que en el campo son otras las palabras que se usan, de que cada forma de pasto se llama diferente. No entiendo las palabras, pero las que conozco me ayudan a imaginar. Tal vez mi sabiduría no se pueda nombrar, solo sentir. Las palabras se quedan en mí tan poco como las mariposas sobre un dedo.
Todo es tan efímero. Todo es tan efímero en mí que termino descubriendo que soy mucho más parte de la naturaleza de lo que me acuerdo. Todas estas plantas, estas gotas de lluvia, estas hojas de otoño. Todo es y no es al mismo tiempo. Ya nos estamos desintegrando, pequeña y minuciosamente.
Me recorre un pensamiento: quiero tener todo el tiempo del mundo para escribir pero no quiero vivir de escribir. Qué cosa más fea tener que arruinar lo que más amo con el peso de que me compre comida orgánica, fresca, de temporada y antiinflamatoria.
Este es un diario de una serie dentro de la que suscripción paga que llamé (just a) human in somewhere. Esta primera edición, sobre mi viaje por Corea del Sur, es gratuita, así que, si te gusta, te invito que compartas un fragmento en tus historiascomo forma de retribución. Si quieres involucrarte más, considera sumarte a (just a) human, la sección paga con columnas semanales, propuestas de escritura y más. También podés compartirme una pregunta anónima que te haya quedado de esta edición o que tengas en la cabeza sin respuesta.