🪟 2 días en el templo más importante de Corea
Diario de Corea del Sur: el final - parte II
Este es un diario de una serie dentro de la que suscripción paga que llamé (just a) human in somewhere. Esta primera edición, sobre mi viaje por Corea del Sur, es gratuita, así que, si te gusta, te invito que compartas un fragmento en tus historias (o en tus notes de Substack, por qué no) como forma de retribución. Si quieres involucrarte más, considera sumarte a (just a) human, la sección paga con columnas semanales, propuestas de escritura y más. Otra forma de ayudarme es compartirme anónimamente una pregunta que te esté volando la mente durante estos días.
Aclaración: esta es la columna más larga que creo haber compartido alguna vez. Te invito a leer esta historia con un cafecito, vino o mate en la mano. Ponete cómoda.
Tenemos que ir a la estación temprano. Hay que buscar un bus que no sabemos si existe. Empieza la rutina implícita: D. se despertó antes pero yo soy la primera en salir de la cama. Voy al baño, hago mi rutina de piel, me lavo los dientes y ya le pido a él que venga a lavarse los suyos así guardo todo lo del baño. Después nos cambiamos y guardamos los pijamas, y los cargadores y computadoras son lo último. Hoy, por suerte, no llueve. Llegamos a la estación y necesitamos ir a una parada frente a una montaña en un pueblo. Yo no sé el nombre ni tengo referencias porque es una sorpresa para mí. Mi regalo de Navidad, dice. Estamos en la máquina para comprar boletos y un señor se nos acerca, nos pregunta (en coreano) dónde queremos ir, le muestro el mapa, busca la estación (en coreano) en la máquina, no aparece. Me toca el brazo y nos guía hasta una de las empleadas en caja para que lo compremos ahí. Le dice algo (en coreano) y desaparece. Cuando me doy vuelta, ya no está. Vuelvo a poner el mapa y la chica nos vende 2 tíckets para dentro de media hora.
Aprovechamos el tiempo y compramos algo para comer en el viaje. 10 minutos antes de que salga el bus vamos a la plataforma y solo hay señoras, evidentemente, coreanas. Algunas hacen fila, otras están sentadas. La mayoría tiene una mochila o bolsas de plástico reutilizables, esas de supermercado. Una de ellas, la que está sentada al lado mío, me habla (en coreano) y entiendo que quiere ver nuestros boletos. Me confirma con el OK que todos hacemos con la mano que estamos bien, que este es nuestro bus. D. se va a hacer la fila atrás de todas las señoras. Ellas se dan vuelta y lo miran. Y sí, parece un gigante. Guardamos las mochilas en el maletero y antes de subir el conductor nos dice que el asiento es sin número. Buscamos unos juntos y ahí nos ubicamos. Hasta un minuto antes de salir parece que somos solo todas las señoras y nosotros, pero se suben unos 10 extranjeros, todos españoles. Uno se pone a hablar con nosotros y le pregunta a D. si vamos a un lugar que no llega a pronunciar porque lo para y le dice que es una sorpresa para mí. El señor nos mira con cara rara y se va a buscar un asiento. Viene el conductor a decirnos con señas que nos tenemos que bajar en la tercera parada. Agradecemos. Empieza el viaje y yo todavía no sé a dónde vamos. D. me dijo que estábamos yendo a un jjimmjilbang, pero me parece raro.
Una hora después llegamos al lugar y ya no puede esperar más. Tiene que confesar porque los próximos pasos van a costar mucho esfuerzo físico y sabe que si no me dice para qué me voy a enojar y no voy a subir el kilómetro de cuesta con las dos mochilas encima. El señor español nos pregunta para qué llevamos todo, por qué no lo dejamos en la entrada y les tiramos unos wones a las mujeres que están ahí para que nos lo cuiden, pero nosotros decimos que no, que mejor no. Nos mirar raro otra vez. D. me felicita por no haber parado ni una vez en todo el kilómetro demoledor.
Llegamos, finalmente, a la entrada de un templo, el templo que vamos a conocer durante 2 días, pero descubrimos que hay que dejar las maletas más atrás, donde está el templestay. Nos vinimos a pasar un fin de semana al templo más importante del país. Vamos a la zona del check in y como todavía falta para que nos entreguen la habitación nos dejan guardar las mochilas y nos vamos a recorrer el templo. Nos cruzamos con las familias españolas que vinieron a pasar el día. Con razón nos miraba raro, le digo a D., pensaría que íbamos a cargar con las mochilas solo para estar unas horas en el templo. Damos vueltas pero el lugar es enorme, tiene distintos sectores y no nos esforzamos en ver mucho porque parte del regalo tiene un tour incluido. Nos metemos a leer a un book café que hay acá mismo, adentro del templo. 2:30 volvemos al alojamiento, nos dan la llave de nuestra habitación y el equipamiento: 2 uniformes, 2 sábanas, 2 fundas de almohada, 2 fundas de edredón. La chica que nos atiende nos dice que 3:30 tenemos que volver a la recepción para darnos las indicaciones y reglas del templo. Nos dice, también, que somos los únicos turistas esta noche. Clhoé, así es su nombre inglés, será nuestra guía exclusiva para conocer la historia del templo, participar de las ceremonias de rezo y meditación de los monjes y ver, en vivo y en directo, la tripitaka coreana.
Vamos a la habitación, armamos las camas, nos ponemos el uniforme y 3.30 volvemos a la recepción donde nos ponen un video explicativo sobre las reglas de convivencia. Somos los únicos. El video se pone para nosotros, nos sentamos en primera fila, en medio, y a mí me agarra un ataque de risa que consigo disimular. Estamos en un templo solos aprendiendo sobre los códigos de conducta frente a un monje budista coreano. Será por eso que siempre dicen que es mejor no tener expectativas, porque ni en mis mejores pronósticos me habría imaginado una experiencia de este calibre.
La mano derecha tiene que ir sobre la izquierda, a la altura del ombligo, para caminar por el templo. Cada vez que te cruzas con un monje, u otras personas que trabajen en el lugar, se saluda inclinando la cabeza y con las manos en rezo. Para mostrar respeto hay que reclinarse desde la cintura, no desde el cuello. Quienes venimos en pareja tenemos camas separadas y no podemos ir ni tomados de la mano por más que estemos casados. Por supuesto, no se puede tomar alcohol ni fumar ni drogarse. Al momento de la comida hay que esperar que primero entren y coman los monjes, y luego entramos, mostramos respeto a la comida, nos sentamos y esperamos que nos indiquen para ir a buscarla. Al terminar se separan los platos y se llevan a un sitio donde los voluntarios se encargan de la limpieza. Para entrar a los salones principales del templo siempre se hace descalzo, inclinándose nada más entrar, y sí o sí por las puertas de los costados. La del centro es solo para monjes. Nos entrega un papelito con nuestro cronograma y nos despide por 10 minutos. Nos manda a abrigarnos para ir a hacer el primer tour por el templo.
8 minutos después de despedirnos nos volvemos a encontrar frente a la casa de té y vamos a recorrer el templo. Seguimos siendo, efectivamente, los únicos dos participantes del tour en inglés. El resto de personas son coreanas y nos sorprende, porque pensamos que esto que pasaba acá era solo de turistas. No podíamos estar más equivocados. Nos cuenta la historia del templo, que fue construido en ese lugar, en medio de la montaña, como ofrenda por la sanación de la mujer del rey de entonces. El nombre hace referencia al budismo, tan vasto y calmo como el mar: Hae, mar, insa, reflejo. La mente puede ser tan alocada o tan calma como el propio mar. Ese día Clhoé nos cuenta más sobre esta rama del budismo y nos abandona un rato antes de la hora de la cena. Antes de irse, nos regala dos mandarinas. Paseamos solos un rato y nos quedamos en la puerta del comedor para entrar. Se juntan grupos de amigos, mujeres grandes que charlan sin parar porque adentro, en el lugar de la comida, no se puede hablar, algunos niños y bastantes hijos con madres y o padres. Entramos y quedamos al lado de unas señoras que, al instante, se dan cuenta de que no sabemos qué hacer. Nos sentamos, quietos, y cuando nos toca, nos hacen señas de que vayamos a la fila para ir a buscar la comida. El menú es sencillo y vegetariano: arroz, sopa, verduras, porotos. También hay fruta cortada y sikhye, una bebida de arroz caliente y dulce. Somos los últimos en terminar de comer, ellos devoran, nosotros vamos lento entre la vergüenza y los palitos. Cuando estamos por terminar, una señora nos trae 2 vasos de sikhye y dos con gajos de fruta del dragón. Salimos con los vasitos en las manos y vamos caminando hacia donde es, en unos minutos, la ceremonia de rezo de la tarde. Clhoé dijo que no podemos perdérnosla.
Son las 17:35 y esperamos 3 minutos para la ceremonia. Acá parece que todo sucede así, exactamente exacto. Hay 4 instrumentos. Empiezan por el bombo, primero lo toca uno, después otro, se turnan. Este es para pedir por la salud de todos los seres de la tierra. Después pasan a la campana gigante que está en el centro y sobre un hueco en el suelo. Este sonido pide por todos los seres que están en el infierno y bajo tierra. Tercero llega el pez con unas bolas en el estómago, representando el deseo de salud y bienestar para todos los seres que habitan las aguas del mundo, y, última, la nube, por todos los del cielo, literal y figuradamente. Son aproximadamente 40 minutos en los que la resistencia de estar parados y sin hacer absolutamente nada más que mirando por momentos despiertan la ansiedad, pero es, sin dudas, uno de los sonidos más absorbentes que escuché en mi vida. Somos los únicos que no filmamos ni sacamos fotos. Estamos embelesados. Alguien podría decir que tocar un bombo gigante para pedir por la salud y bienestar de las personas y animales que viven en la tierra es absurdo. A mí me parece de una devoción impresionante.
Termina la ceremonia y nos vamos directamente hacia la zona del salón donde nos espera el head monk, el más importante y el guía del grupo de coreanos, para enseñarnos sobre el protocolo de rezo matutino y, además, hacer un japa mala, un collar (lo más parecido a un rosario que imagines) de 108 bolitas que se usa para las meditaciones y cantos. 108, el número exacto de tipos de sufrimiento del ser humano según el budismo. Tenemos un ratito antes de que empiece, así que nos vamos a la sala de té, pero nos da vergüenza preparar uno. Tienen mucha vajilla, tacitas, platitos, filtros de hebras y más chiches. Una chica, tal vez un poco más joven que nosotros, nos ofrece si queremos tomar té con ella y su papá. Él no habla inglés, ella chapucea. Nos sentamos los 4, entonces, en uno de los livings de la sala, y ellos preparan. Hacen dos versiones, nos dan de probar las dos, mientras hablamos de fútbol, nos cuentan que esta es su segunda noche en el templo, que es algo muy común para los coreanos, es el templo más importante de corea junto con otros 2, nos dicen. Vinieron desde Seúl, casi la otra punta del país, solo para este fin de semana, esta especie de retiro, no sé si espiritual, pero sí de la vida diaria. Vamos los 4 juntos a la otra sala y nos separamos, nosotros tenemos que estar cerca de Clhoé, nuestra intérprete. Aprendemos, entonces, cómo es la reverencia que repetiremos 7 veces la mañana siguiente, y hacemos nuestros collares. Cuando terminamos, nos acercamos al monje para que lo finalice y creo que, de alguna forma, lo bendice. Desde ese momento, los usamos como amuletos para los partidos de fútbol. Funciona.
Son las 4 de la mañana y suena la primera alarma del día. 4:19 tenemos que estar frente a la casa de té para ir a la ceremonia con el monje. Hace frío, pero no tanto como pensábamos que iba a hacer en medio de la montaña a las 4 de la mañana. Nos abrigamos y salimos al encuentro, en esta actividad no tenemos intérprete así que vamos siguiendo los pasos de los otros. Antes de ir al templo volvemos a ver la ceremonia de sonidos, y no puedo dejar de pensar, en el medio de esta montaña, de este cielo minado de estrellas, de estas temperaturas y las incluso más bajas que vendrán, que nuestra vida, la vida de quienes estamos en la vida de trabajo por dinero y llenar agendas con amigos y llorar por algún desamor se vuelve tan, pero tan sencilla en comparación con estos actos de entrega. Porque es eso, es una entrega absoluta, a confiar en que entregar tu vida a hacer todos los días exactamente lo mismo en pos de algo mucho más grande que vos, (todos los seres del mundo!) funciona. Es importante. Qué liviana es mi vida, pienso mientras escucho otra vez el sonido de la campana, el sonido que vela por todos los seres del infierno y de la vida subterránea.
Qué fácil es mi vida y qué tanto más liviana voy a encargarme de que sea después de esta experiencia, después de estar tan cerca de vida, de esta entrega, que no sé, tengo dudas, de si se puede llamar sacrificio.
Nos acercamos finalmente al salón central donde ya hay muchos monjes y voluntarios rezando. ¿Se dice rezar? Entramos, hacemos una reverencia simple, nos dan almohadones y nos ubicamos justo detrás del monje guía del grupo coreano. Esto nos lo explico ayer, pero me da la sensación de que nadie se acuerda ni quiere acordarse. El olor a incienso, el ruido del gong, el mantra entonado por decenas de personas, hay una droga en el aire que impide que te acuerdes de qué tenías que hacer pero tampoco parece importar. El sonido del canto abarca todo, es envolvente, y antes de que me dé cuenta, empezamos las reverencias. Intentamos seguir al monje, algunas vamos a destiempo, otras las hacemos bien. Terminamos, meditamos un ratito y nos vamos. Tenemos una hora hasta el desayuno que usamos para dormir un rato más. Sobre las 7 vamos al comedor y nos encontramos con Chloé, que nos da otras mandarinas y unos chocolates, mientras nos pide que guardemos el secreto. Desayunamos, esta vez la propuesta es un tanto más desagradable. Arroz, sí, algunos vegetales, porotos y eso está bien, pero también nos tocaron dos sopas: una salada, de sabor, color y textura irreproducible, y una dulce, que parecía un almíbar con cubitos de frutas pero tuvimos la desgracia de que tuviera durian. Comimos disimulando las caras para no dejar nada y nos fuimos a descansar un poco más, antes de la última actividad.
Sobre las 8.14 nos encontramos con Chloé otra vez para la segunda parte del recorrido por el templo. Caminamos por una parte más desolada y periférica, mientras nos cuenta que esas casitas que se ven cerca al templo son las viviendas de los monjes más grandes. Como es la escuela de budismo más importante del país, cada vez que reciben grandes cantidad de jóvenes, los monjes más adultos se mudan a estas casas para estar mas tranquilos. Las casas se hacen con donaciones que reciben. Es porque duermen todos juntos y para ellos ya es mucho, dice Clhoé. También vemos tumbas, tumbas de monjes, algunas bien humildes, otras ostentosas. Pregunto si eso depende del rango al que llegaron en sus vidas y dice que no, que eso lo expresan en una carta antes de morir. Es un poco hipócrita, pienso, ser monje y querer una tumba grande con decoraciones e inscripciones y qué se yo, pero Clhoé me corta el pensamiento cuando nos cuenta que son 4 años de estudio para convertirse en monjes y después otros más para el doctorado. Sí, estudian, igual que nosotros. Se reciben. Cuando lo hacen, caminan por la entrada del templo que se llama One-pillar Gate, aunque tiene 2. Se la conoce así porque el ángulo desde el que la veían quienes llegaban caminando en su momento veían solo 1 pilar, y, porque, además, simboliza la mentalidad budista: todos somos uno.
Nos señala unos árboles que tiene un hueco en forma de corazón alrededor de la base, cavados con algo de profundidad. Tienen una historia triste, dice Clhoé señalándolos. Cuenta que, durante la invasión japonesa, los nipones destruían o usufructuaban todo lo que veían a su paso, como es el caso de estos árboles, que les extrajeron el aceite que cargan en la corteza para usar como combustible para distintas armas. Entonces quedaron así, con un corazón marcando la ausencia de corteza, y los coreanos decidieron hacerles un cerco alrededor porque es peligroso para las personas si lo tocan, pero para, también, para recordar.
Hoy se llevan bien, dice, tanto que su padrastro es japonés. History is history, afirma riéndose.
Nos juntamos con el grupo de coreanos para la última parte del recorrido, no sé si la más importante, eso ya lo dirá cada uno, pero sí la más especial. Estamos camino a ver, en vivo y en directo, sin vidrios de por medio, la tripitaka coreana. Más de 80.000 rectángulos de madera que datan de 800 años atrás guardan las enseñanzas de Buda escritas a mano y en chino (porque el coreano, en ese entonces, no existía). Corea y su rama del budismo es el único en el mundo en conservar la Tripitaka coreana completa y original. Los demás países las perdieron, se las robaron, o se quemaron. Nadie se interesó en rehacerlas. Pero Corea no solo buscó cada una de las piezas sino que se encargó de reuinarlas acá, en este templo. Algunas estaban en el país, otras en Japón, robadas cuando la invasión, otras ya no recuerdo dónde. Clhoé dice que, si un monje quisiera leer cada una de las piezas, tardaría 30 años estudiando 8 horas diarias. La cantidad de información y lecciones de Buda contenidas en esos pedazos de madera es incomprensible. Hace algunos años se declaró este templo y la Tripitaka Coreana como patrimonio de la humanidad, y por eso ahora cuentan con un equipo de conservación que se encarga de cuidarlas y mostrarlas en escasas ocasiones. Hoy es una de ellas. Lo curioso del salón donde están guardadas es que nadie sabe, a ciencia cierta, cómo se construyó. Está hecho de piedra y madera, pero con una ingeniería digna de admirar. Se cree, por ejemplo, que las ventanas del primer y segundo piso tienen distinto tamaño para regular la cantidad de sol y aire que entra y no dañar las maderas. De igual manera, no son iguales las que están de una cara y de la otra de la estructura, teniendo en cuenta de qué lado impacta más o menos sol. Además, las ventanas aportan un sistema de ventilación perfecto, tan perfecto que, durante todos esos años en los que estuvieron guardadas en ese lugar, las piezas de madera no tuvieron ni un solo signo de humedad. 80.000 piezas de madera conservadas de forma completamente natural sin un hongo. Hoy el equipo de conservación mide la temperatura, el aire y la humedad con aparatos mecánicos, porque, otra característica del espacio es que, a día de hoy, sigue sin tener electricidad dentro. Solo estantes de piedra y madera cargando con cada una de esas tablas, que tienen la particularidad de que los bordes son más altos que la parte central para hacer de “tope” y cuidar lo verdaderamente importante, las enseñanzas de Buda. El señor del equipo de investigación saca una, con guantes, por supuesto, y nos la muestra. Es increíble, repetimos una y otra vez. Uoo, hacen los coreanos mientras se inclinan cuando les llega su turno. 800 y tantos años más de historia conservadas aquí de una manera que no he visto nunca.
Los coreanos tienen un sentido de la preservación que me emociona. La historia, la naturaleza, los templos, la cultura. Preservan, guardan, cuidan, se enorgullecen. Termina la visita, pero antes nos escapamos con Clhoé al salón general. Nos ponemos el delantal y los guantes y nos ponemos manos a la obra. Vamos a hacer una impresión en tinta de una réplica de Tripitaka Coreana. La primera sale horrible, la segunda un poco mejor, la tercera casi perfecta. Qué trabajo, dios mío, pienso cuando me acuerdo que esta gente hizo, a mano, tal cual estoy haciendo ahora, 200 copias completas de los 80.000 ejemplares de la Tripitaka, por si algo pasara con las originales.
Dejamos secar nuestros ejemplares simbólicos mientras tomamos té y nos despedimos de Clhoé. Antes de irnos, vamos a comprarnos unos recuerdos a la tienda de café y una señora nos regala 2 mandarinas y 2 brownies. Sigo flotando durante varios días, tanto que termino estas palabras 1 mes después, tanto que todavía, a veces, sueño con esos días.
Este es un diario de una serie dentro de la que suscripción paga que llamé (just a) human in somewhere. Esta primera edición, sobre mi viaje por Corea del Sur, es gratuita, así que, si te gusta, te invito que compartas un fragmento en tus historiascomo forma de retribución. Si quieres involucrarte más, considera sumarte a (just a) human, la sección paga con columnas semanales, propuestas de escritura y más. También podés compartirme una pregunta anónima que te haya quedado de esta edición o que tengas en la cabeza sin respuesta.